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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Crecen los rumores de un golpe de Estado contra Donald Trump

El presidente de EEUU, Donald Trump

América, que presume de tener de todo, nunca ha tenido en sus dos siglos y pico de historia algo que no ha faltado en la mayoría de los demás países: un golpe de Estado.

Hasta la expresión suena ridícula aplicándola a Estados Unidos. Y, sin embargo, los rumores de un golpe de mano para deshacerse del presidente por las bravas son cada vez más insistentes.

Que el establishment político y mediático lleva desde el día uno tratando de echar a Trump de la Casa Blanca no es algo que hayan llevado precisamente con exquisita discreción. Prensa y televisión moldean sus noticias para que todas transmitan un mismo mensaje: Donald Trump no es un presidente legítimo. La búsqueda de alguna base sobre la que se pueda montar una destitución parlamentaria (‘impeachment‘) ha sido frenética, pero fútil.

Recordarán ustedes al Fiscal Especial Robert Mueller, encargado de investigar las posibles conexiones del entonces candidato Trump con agentes rusos para manipular las elecciones. En seis meses no se ha hallado ni la sombra de un atisbo, y sí numerosos indicios en contrario.

Pero eso era antes: se diría que Mueller no está especialmente interesado en lo que supuestamente debe investigar, y está ampliando el caso bastante más allá. De entrada, ha organizado un gran jurado y preparado citaciones para los familiares y colaboradores de campaña de Trump. Y el gran jurado se elegirá entre los ciudadanos de una ciudad, Washington, en la que Hillary barrió con un 91% y Trump apenas llegó al 4%.

El propio New York Times comenta que los republicanos están ya calentando motores para las elecciones de 2020 y en sus esbozos de preparativos de campaña la premisa es que no hay Donald Trump candidato, algo absolutamente insólito. Además, si hay que creer una reciente encuesta de la Universidad Quinnipiac, el presidente solo contaría con el apoyo de uno de cada tres votantes.

Sin la hostilidad unánime e incesante de los ‘medios de prestigio’ eso no tendría que suponer el menor problema para completar el mandato, como hizo Hollande con el respaldo de solo uno de cada diez franceses. Pero no es el caso, y podría facilitar el golpe de mano.

Se habla ya del asunto abiertamente, con horror en un bando y con impaciencia en el otro. David Stockman, miembro clave de la Administración Reagan, ha hecho pública su opinión de que Donald Trump estará fuera de la Casa Blanca «mucho antes de agosto de 2018», y en alguna ocasión ha aventurado la fecha de su salida: el próximo mes de febrero.

Rush Limaugh, el mítico gurú conservador de las ondas, no ha sido menos claro:
«Estamos en medio, y esencialmente lo hemos estado desde la noche electoral y todos los días siguientes, de un golpe silencioso».

«Ha habido un esfuerzo silencioso, en el sentido de que nadie ha verbalizado ese deseo. Nadie dice que esto va a ocurrir. Pero hay en marcha un golpe liderado por los medios con cómplices en el Partido Demócrata y una serie de actores internacionales para rechazar el resultado de las elecciones, minar la presidencia de Donald Trump y, si se cumple la lista de deseos, deshacerse de él».

«Es con eso con lo que hemos estado viviendo. Ese ha sido el único objetivo de los negocios de medios desde el día de las elecciones. Y en este periodo de tiempo…, el pueblo americano ha tenido que soportar un asalto diario de insinuaciones, suposiciones, acusaciones y alegaciones sin una sola prueba en apoyo de los cargos que se han vertido». Desde la mitología trumpista, la cosa podría resumirse en que Trump le planto batalla a la ‘ciénaga’ y la ciénaga venció.

Pero si los antitrumpistas sueñan con que basta quitar a Trump (y, de paso, al vicepresidente Mike Pence, como advirtió la diputada demócrata Maxine Waters) para que todo vuelva a ser como antes, no podría engañarse más.

Muchos americanos, partidarios o no de Trump, verán confirmada la visión del 45 presidente en el sentido de que la política del país es un teatrillo controlado por un puñado de agentes, a espaldas del pueblo. Todo lo que ha dicho hasta ahora de la ‘ciénaga’ de Washington, del ‘establishment’, del ‘Estado profundo’, se hará súbitamente verosímil a los ojos de millones.

No importa cómo lo disfracen, millones se darán cuentan de que su voto es directamente ilegítimo y sus opiniones, inadmisibles. La confianza en el sistema que ha gobernado el país durante más de dos siglos caerá por los suelos, hiriendo de muerte al régimen.
Por lo demás, ningún presidente elegido después de Trump, si este es descabalgado antes de terminar su mandato, podrá contar con el mínimo de circunspección y respeto que tradicionalmente incluso la oposición más feroz concedía al cargo. Si se puede trampear el sistema una vez, ¿por qué no dos, o tres… o cien?

La tribalización de la política americana, que ha convertido a meros rivales acordes en las reglas comunes en enemigos implacables decididos al exterminio del otro no hará más que multiplicarse, y los días de alternancia pacífica podrían haber llegado a su fin.

De las consecuencias para el mundo, acostumbrado a la gestión americana de los asuntos comunes, merecería otro artículo, si no varios, pero es fácil adiviniar que no serían positivas.

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