«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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La cobardía de los políticos está alcanzando niveles críticos

La cobarde claudicación de la élite británica frente al islamismo

Cientos de musulmanes rezando. Europa Press.

Si un viajante del futuro quisiera entender, con una breve anécdota, cómo la dirigencia política acobardó a Gran Bretaña, la anécdota ideal sería la que comenzó hace unos pocos días cuando el presidente de la Cámara de los Comunes, Sir Lindsay Hoyle, se hincó servilmente ante la mafia antisemita atemorizado por las amenazas de violencia extrema. Se desató una guerra de proporciones en la Cámara cuando las filas laboristas pretendían aprobar, por fuera del reglamento, una enmienda de alto al fuego inmediato en Gaza y Sir Lindsay Hoyle accedió. Otra guerra semántica tuvo lugar en lo referente a la redacción, incluso dentro de lo irregular del asunto, mientras que afuera los manifestantes de la «Campaña de Solidaridad Palestina» (PSC), totalmente enardecidos, se mostraban dispuestos a todo, incluso a entrar al recinto para presionar a los parlamentarios al grito de: «Queremos que vengan tantos que tendrán que cerrar con llave las puertas del propio parlamento».

Los conservadores se retiraron de la sala denunciando traición y advirtiendo a Hoyle que le habían perdido la confianza. Pero Sir Lindsay había actuado presionado por su jefe político y por su instinto de autopreservación debido a las terribles amenazas que recibía desde el exterior. Cabe recordar que gente así de violenta, reaccionaria y fanática fue la que asesinó a David Amess en 2021, a Keith Palmer en 2017 y apuñalaron a Stephen Timms en 2010. La misma ideología criminal que ha provocado la muerte de casi 100 británicos en ataques terroristas en los últimos tiempos. Mientras el presidente Lindsay Hoyle rompía las reglas, afuera, los manifestantes celebraban la estocada a la democracia ante decenas de policías que observaban de brazos cruzados. La policía tuvo miedo de lo que podría pasar si arrestaban a los manifestantes y los políticos tienen, actualmente, miedo de hablar por las represalias contra ellos o sus familias. Además, el meollo del problema es que andan en puntillas para evitar acusaciones de islamofobia. Cuando el presidente Hoyle se refirió a las «aterradoras» amenazas de muerte contra los parlamentarios que lo llevaron a romper el reglamento no se atrevió a decir quién las hacía.

Justamente por atreverse a nombrar lo que Hoyle no pudo, la exministra del Interior, Suella Braverman, fue despedida en noviembre de 2023 cuando acusó a la policía de tener favoritismos con los manifestantes propalestinos. En estos días, Suella Braverman se indignó con los acontecimientos de la Cámara y escribió una valiente columna en la que decía: «La verdad es que los islamistas, los extremistas y los antisemitas están a cargo ahora» y agregaba: «Han intimidado al Partido Laborista, han intimidado a nuestras instituciones y ahora han intimidado a nuestro país para que se someta». Braverman advertía que su país necesita «despertar a aquello en lo que estamos caminando sonámbulos: una sociedad guetizada donde la libertad de expresión y los valores británicos están diluidos. Donde la ley Sharia, la mafia islamista y los antisemitas se apoderan de las comunidades». Además, Braverman acusó a los líderes políticos de «esconder la cabeza en la arena» y de preferir creer en la «ilusión» de una sociedad multicultural exitosa y permanecer aterrorizados de ser llamados racistas si los desafiaban. Sostuvo que «el extremismo masivo se exhibe con orgullo, los campus universitarios siguen siendo lugares peligrosos para los judíos. Necesitamos superar el miedo a ser etiquetados como islamófobos y hablar con la verdad».

Lee Anderson, ex vicepresidente del Partido Conservador, se hizo eco de la columna de Suella y afirmó que Londres había sido «tomada» tras una ola de protestas semanales pro-palestinas por la guerra en Gaza. Anderson provocó la ira del Partido Laborista cuando afirmó durante una entrevista con GB News: «En realidad no creo que estos islamistas tengan el control de nuestro país, pero lo que sí creo es que tienen el control de Khan (Sadiq, alcalde de Londres) y tienen el control de Londres. De hecho, ha entregado nuestra ciudad capital a sus compañeros». Anderson fue suspendido por el Partido Conservador por sus dichos tras su negativa a disculparse por estos comentarios. En efecto, la derecha cayó en la trampa de nuevo, el partido Conservador reaccionó ante los dichos de un hombre y no frente a las acciones violentas de una turba dispuesta a tomar el parlamento.

Llegó luego el momento del primer ministro Rishi Sunak, que en relación a los incidentes de parlamento condenó la «muy peligrosa intimidación para promover y glorificar el terrorismo» y añadió: «Nuestra democracia no puede ni debe ceder ante la amenaza de violencia e intimidación o caer en campos polarizados que se odian entre sí», haciendo una tímida alusión al accionar de la policía como si este fuera el primer episodio (¿recuerdas a Suella, Rishi?) y como si las fuerzas de seguridad no dependieran de él. Pero para emparejar la cosa condenó los dichos de Anderson como «incorrectos» e «inaceptables», aunque se negó a describirlos como islamófobos cosa que por supuesto no conformó a los laboristas ni a los conservadores entre los que el señor Anderson es muy popular, al igual que entre las bases.

Lo que la izquierda política exige es que Rishi Sunak utilice el término «islamofobia» para describir los comentarios de Anderson, porque esa es la descripción que ha adoptado Sadiq Khan, el Partido Laborista, y en consecuencia es la que quieren imponer en todo el país en caso de que lleguen al poder. Sadiq Khan, el ultra woke alcalde de Londres, criticó a Sunak afirmando que dentro del Partido Conservador se toleraba un «odio flagrante contra los musulmanes». Su postura identitaria es incansable y es usualmente señalado como el guerrero cultural en jefe del Reino Unido. Bajo su gestión Londres padece tasas cada vez mayores de delitos que son deliberadamente ignorados. No hay causa progresista que no abrace con fervor, en especial la teoría crítica de la raza que lo lleva a imponer políticas públicas para combatir el «racismo estructural» y la «masculinidad tóxica» que,  según él, es la condición natural de los «hombres blancos».

Mientras Khan se hace el distraído sobre la delincuencia, la tribalización y las movilizaciones antisemitas en su ciudad, habla con espanto de la amenaza terrorista de la extrema derecha, excusa de paja que no registra índices ni siquiera marginales. Luego de la masacre sufrida por Israel en octubre, Khan posteó en Twitter que «cualquiera que incite a la violencia o al odio en Londres recibirá medidas enérgicas», pero desde entonces ha permitido terroríficas marchas en Londres llamando a la yihad y escupiendo odio hacia el Estado judío. Aunque la dirigencia política no lo nombre, el alarmante extremismo antisemita se percibe en las calles y a las puertas del propio parlamento. Desde el 7 de octubre en esas marchas se escucha a los participantes corear consignas sobre el asesinato de judíos.

Los ejemplos se multiplican en todo el país, la censura, el miedo y la asociación del movimiento woke con los movimientos y organizaciones antisemitas y de violento activismo palestino no dejan espacios vacíos. Lo que ocurrió en el parlamento, la inacción cómplice de la policía, los posteriores dichos de Braverman y Anderson y la reacción timorata de las propias filas conservadoras contrasta con la andanada de ataques que el laborismo, los medios y la militancia israelófoba lanzaron. La desproporción es abrumadora, pero Sunak necesitaba agachar la cabeza un poco más ante el progresismo, así que viendo que el escándalo no cesaba dio una conferencia en la que sostuvo: «Los extremistas islamistas y la extrema derecha… son dos caras de la misma moneda extremista». Exacta y literalmente la misma narrativa que Khan. ¿Qué mandato lo lleva a comparar y a compensar? ¿Por qué tiene que moderar su denuncia? ¿Por qué no pueden los conservadores decir las cosas como son?

Las presiones para adoptar la definición de islamofobia preferida por los laboristas no van a cesar, es un plan y está bien urdido. Buscan criminalizar toda oposición al extremismo islámico y dar respaldo legal a la censura y al adoctrinamiento que crece en Gran Bretaña. Actualmente ya las escuelas y universidades se ajustan a la tiranía del pensamiento antiisraelí con el argumento de combatir la islamofobia. ¿Por qué los políticos amenazados, los que padecieron el asesinato y la persecución de sus colegas, no pueden rebelarse? La cobardía está alcanzando niveles críticos.

Resulta que se denuncia por «incitación al odio» a Lee Anderson y se niega el problema de base que es que una turba antisemita violenta cercó al parlamento para obligar a los legisladores a romper el reglamento y legislar según su agenda de terror ideológico. ¿Anderson o Braverman se equivocaron al sugerir que las élites políticas estaban «controladas» por los islamistas? Ciertamente, lo que los conservadores y Sunak han mostrado es su voluntad de apaciguar a los islamistas, tal como ha pasado en otros lugares del mundo, dicho sea de paso. Estuvo dispuesta, la élite política británica, hasta a trampear las reglas del parlamento para aplacar a la mafia antiisraelí. Pero aún así son incapaces de nombrar el problema o de criticar lo ocurrido sin antes no compensar a los criticados con alguna frase sobre una extrema derecha, para lucir una ecuanimidad vacía y cínica. Lo ocurrido revela el poder censurador que conlleva una acusación de «islamofobia» en la Gran Bretaña actual.

Si el laborismo logra imponer su definición de «islamofobia», y hacia esa ruta van todas las acciones de los últimos días, todas las críticas al islamismo político o militante serán consideradas racistas. Esto significa encubrir la amenaza del islamismo para no enfrentarlo abiertamente, y al mismo tiempo le da aire e impunidad y lo vuelve intocable. Esto es lo que muestra el escándalo del parlamento. Con la excusa de señalar a Anderson como «islamofóbico» silenciaron o matizaron las críticas al verdadero escándalo y en lugar de atacar la violencia en el parlamento, prefirieron rechazar y estigmatizar a los críticos del islamismo. Incluso estuvieron dispuestos a utilizar la ley para intentar silenciar a los críticos.

¿Quiénes son hoy la mayor amenaza en Gran Bretaña? ¿Por qué Rishi Sunak dedicó importantes tramos de su discurso a hablar de la extrema derecha si no venía al caso? No es la extrema derecha la que ha estado perturbando a Gran Bretaña desde el 7 de octubre del año pasado, amenazando a los ciudadanos, destrozando la ciudad e impidiendo que el Parlamento funcione. Estamos ante una clase política que tiene más miedo a ser llamada «islamóbofa» que a recibir amenazas de muerte o ser directamente asesinada. De hecho, ni siquiera se atreven a enfrentar la amenaza que los amenaza.

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