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Abogado. Columnista y analista político en radio y televisión.
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Hablar inglés

4 de septiembre de 2023

El otro día Yolanda Díaz, vicepresidente segunda del Gobierno y ministra de Trabajo en funciones, fue incapaz de responder una sola palabra a una pregunta que le hicieron en inglés. Lo desconcertante fue que puso cara de enterarse y hasta tomó notas en lugar de pedir la asistencia de un intérprete o solicitar que se le preguntase directamente en español. Admito que me puede la curiosidad de saber qué estaría garabateando en el papel mientras se dirigían a ella en una lengua que no entendía. 

Tampoco hay que exagerar esto del inglés. Sin duda, es útil cierto conocimiento del inglés si uno va a dedicarse a la política. No abundaré en los motivos que, a mi juicio, son obvios. Ahí queda para el recuerdo Espinosa de los Monteros haciendo gala de un inglés admirable. Sin embargo, una ministra del Gobierno de España debería, en general, hablar en español cuando está en España. Hablamos una lengua de comunicación internacional que comparten cerca de 500 millones de personas. Es oficial en todas las grandes organizaciones internacionales. Tiene una tradición literaria y cultural luminosa. No veo por qué un miembro del Gobierno debiera utilizar otra lengua para responder a un periodista en una rueda de prensa del Gobierno. 

Se me dirá que hay que ser internacionales y dirigirse a un público global. Es cierto y precisamente por eso defenderé que se afirme, en el plano internacional, una lengua de comunicación internacional como es la nuestra. Debería ser el ministro quien decide en qué lengua habla. Al final, parece que uno debe renunciar al español para hacerse el internacional y tampoco es eso.

Desde luego, esto no significa que no se deba hablar inglés cuando las circunstancias lo requieren. De hecho, el inglés no debería bastar si se trata de exhibir cultura y mundo. Sin ir más lejos, el portugués lo hablan 265 millones de personas en el planeta y lo tenemos a la vuelta de la esquina. Si le sumamos el francés del otro lado de los Pirineos, añadimos 277 millones a la suma sin salir de nuestro extranjero próximo. Dejaré una coda: el árabe también debería estar en el horizonte de las lenguas extranjeras como lo están el español y el francés en todo el norte de África. Un español, a fin de cuentas, no puede dejar de mirar al sur.

Lo que sí me parece feo y esnob es que no se pidiese la asistencia de un intérprete. No pasa nada por recurrir a un profesional que, incluso si uno conoce el idioma, puede resultar valioso y aun imprescindible. No era el caso de la rueda de prensa, claro está, pero imaginen una cumbre bilateral importante en que cada matiz importa. Los intérpretes y los traductores jamás sobran por bien que se hable una lengua. De hecho, incluso en español, nos iría mucho mejor si los textos legislativos los revisasen gramáticos y, en general, filólogos y lingüistas. 

Me entristece pensar que, en el fondo de todo este escándalo, subyace cierto complejo de que lo español por sí solo no vale bastante y que tenemos que demostrar, no se sabe bien a quién, que nosotros también hablamos inglés, que somos internacionales y que podemos ir a todas partes. Sin duda, la lengua inglesa es un tesoro —todas las lenguas lo son— pero no debería ser la prenda que entregamos a cambio de un sello de identidad global. Debe aprenderse y, si es posible, dominarse, claro que sí, pero sin exageraciones ni complejos. 

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