«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.
Abogado. Columnista y analista político en radio y televisión.
Abogado. Columnista y analista político en radio y televisión.

Hablemos de la comida

18 de julio de 2023

Deberíamos hablar más de la comida. España es un país afortunado: produce alimentos de la máxima calidad y en cantidad suficiente para abastecer a toda su población y, además, exportar. La dieta mediterránea brinda a todo el mundo un ejemplo de nutrición equilibrada. Los cereales, el aceite de oliva, la alternancia de carne y pescado frescos, la abundancia de verduras de temporada y los frutos secos han configurado un modo de comer y beber —añadamos el vino— que forma parte de una herencia de siglos. 

Sin embargo, las modas culturales a las que estamos sometidos —y que distan de ser casuales, por cierto— han ido generando pautas de consumo sospechosas. Ideologías como el veganismo, alimentadas por industrias como la de llamada «carne artificial», que en realidad es una especie de pienso compuesto, o la de las harinas de insectos, han impregnado de ambientalismo y militancia los supermercados, los restaurantes y los espacios que compartimos. Así, proliferan los negocios que explotan esos nichos de mercado: restaurantes veganos, organizaciones no gubernamentales que aspiran a «educar» en hábitos alimenticios a abolir el consumo de carne y sustituirlo por compuestos proteínicos y, en fin, una galaxia de empresas que han encontrado en la sostenibilidad un nuevo argumento de venta aplicable a todo; también a lo que comemos y bebemos. Begoña Gómez ya señaló que un restaurante «puede reconocer cuál es su «expertise», cuál es su negocio, cual es su entorno, y ver realmente que tiene un tipo de cocina, que tiene un entorno de productos agrarios, ecológicos y, a partir de conocer los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), apoyarse en dos puntos; uno, podría apoyarse en un ODS ecológico, porque recicla, porque utiliza energías limpias, porque consume productos ecológicos; o en un proceso que es ODS educativo porque puede enseñar a la gente a comer bien». 

Ahí viene la puñalada: en la aceptación de los ODS como marco de legitimación de una forma cultural como es la alimentación, que pasa a ser una forma de adoctrinamiento. De hecho, Begoña Gómez lo reconoció cuando dijo que «esta perspectiva cambia totalmente el restaurante» porque «lo que hace es generar educación, educar en comida sana a sus clientes a través de productos ecológicos de proximidad». Esto de la proximidad podría tener algo bueno si nos sirviera para plantearnos las importaciones de frutas y verduras de otros países cuando España las produce de excelente calidad, pero me temo que ella no apuntaba a eso, sino a la conversión del restaurante en un instrumento de persuasión y acción política en pro de los ODS y la Agenda 2030, donde el PP y el PSOE se encuentran

España y el resto de países de la cuenca mediterránea llevan siglos cultivando formas de producción de alimentos que no sólo respetan el entorno, sino que se integran en él. Por ejemplo, uno de los muchos beneficios de la cría de cerdo ibérico —y del toro bravo, ya que estamos— es el mantenimiento de las dehesas, que son ecosistemas valiosísimos cuidados por generaciones de campesinos españoles. No hacía falta que viniese la ONU a dar ningún sello de calidad ambiental a nada, pero se trata de otra cosa: disolver las comunidades influyendo sobre la dieta y, en algunos casos, erradicando ingredientes y recetas. Por ejemplo, la carne. El pretexto es reducir la huella ecológica, pero el objetivo es otro: desdibujar algunos de los rasgos que hacen identificables a los grupos humanos: qué comen, cómo lo preparan, que ingredientes utilizan. Desde la matanza del cerdo hasta la gastronomía de la carne de toro pasando por la caza y la pesca, España se hace reconocible, también, por sus platos.

Naturalmente, los productos naturales serían sustituidos por supuestos equivalentes sintéticos. En Italia ya se han adoptado medidas políticas para evitar que el sector de la alimentación termine colonizado por las multinacionales de la carne artificial. En los Países Bajos los granjeros han sido decisivos electoralmente. En España, por desgracia, la preocupación por los alimentos no tiene tanta relevancia. En realidad, de los problemas del campo, apenas se habla. En el debate entre Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijoo, apenas habló de ellos. Sobre la despoblación, por ejemplo, hubo un silencio clamoroso.

Sin embargo, el futuro del campo es central para el mantenimiento de la unidad nacional y de la soberanía alimentaria. Si no se defiende la producción de alimentos y las formas culturales aparejadas a ellos —por mucho que incomoden a ciertos sectores—, al final, España misma resultará irreconocible. 

.
Fondo newsletter