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Abogado. Columnista y analista político en radio y televisión.
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Placeres de la carne

3 de abril de 2023

El gobierno italiano ha aprobado un anteproyecto de ley que prohíbe a los operadores del sector alimentario la venta, la tenencia para el comercio, la importación, la producción para exportar, el suministro y la distribución para el consumo de los productos artificiales a los que se da en llamar, de forma genérica, «carne sintética». Así, el ejecutivo que lidera Giorgia Meloni sale en defensa no sólo de la salud y la seguridad de los consumidores -el ministro de Agricultura, Francesco Lollobrigida, ya ha advertido de la falta de calidad de la carne de laboratorio- sino de la cultura y la tradición italianas. Lollobrigida ha declarado que la producción de la carne sintética generaría «mayor desempleo, más riesgos para la biodiversidad y productos que, a nuestro juicio, no garantizarían bienestar». Producido a través de células madre del tejido de los animales cultivadas dentro de un biorreactor, este alimento sintético ha generado dudas en el Gobierno italiano, que ha optado por aplicar, en palabras de Orazio Schillaci, ministro de Sanidad, el principio de precaución ante la inexistencia de estudios que aseguren la ausencia de «efectos nocivos relacionados con el consumo de estos alimentos».

Es reconfortante que alguien con responsabilidades de gobierno se enfrente a las campañas que, so pretexto de proteger el medio ambiente, tratan de imponer hábitos alimenticios a los ciudadanos. Entre las acciones de persuasión más intensas, están las que promueven el consumo de insectos -vigilen las harinas de los alimentos que toman- y las que apuntan a las carnes sintéticas como alternativas a las carnes naturales. Entre quienes agitan el terror de las «macrogranjas» y los que intentan convencernos de que el futuro son carnes cultivadas en laboratorios, hay una ofensiva en toda la Unión Europea contra el consumo de carne natural. Es parte, claro está, de los efectos que se pretenden conseguir a través de la Agenda 2030: generar necesidades y hábitos de consumo para, acto seguido, satisfacer la demanda mediante productos como piensos para humanos y carnes de biorreactor. 

Sin embargo, no se trata sólo de la protección de la salud, lo que bastaría para adoptar precauciones y cautelas, sino también de la defensa de sectores económicos y de tradiciones. En esto, España cuenta con la enorme fortuna de poder producir alimentos seguros y de máxima calidad y en cantidad suficiente para alimentar a toda su población y, además, para exportar. Tómese el porcino, el vacuno, el caprino, el ovino…España no necesita «cultivar carne» para disponer de ella ni recibir lecciones sobre sostenibilidad y cuidado del entorno. La cría del cerdo ibérico -y del toro bravo, por cierto- ha permitido la conservación de ecosistemas como las dehesas ibéricas. El «Estudio sobre el sector vacuno de carne en España» publicado por el Ministerio de Agricultura indica que genera «un valor económico anual que supone alrededor del 15% de la producción final ganadera de España, colocando al sector en el tercer puesto en importancia económica de nuestro país, tras la carne de porcino y el sector lácteo». Si miramos a las industrias cárnicas, como señala la Asociación Nacional de Industrias de la Carne en España (ANICE) con datos referidos a 2022, el sector «ocupa con diferencia el primer lugar de toda la industria española de alimentos y bebidas, con una cifra de negocio de 31.032 millones de euros, el 28,4% de todo el sector alimentario español». Se trata sólo de algunos datos que indican cómo, al igual que Italia, nuestro país debería adoptar medidas de defensa del sector frente a estas campañas de promoción de productos artificiales.

Ahora bien, también están en juego la cultura y la tradición, es decir, la identidad de todo un pueblo. España y la Hispanidad tienen una relación muy especial con la carne. Desde el cocido madrileño hasta la cochinita pibil y el chorizo criollo, España y toda Hispanoamérica son carnívoras. Allá donde otros ven un montón de troncos apilados, el argentino, el uruguayo, el chileno y otros muchos ven un potencial fuego que pedirá a gritos una parrilla. Con la parrilla, llegarán el asado de tira, el bife de chorizo y el lomo alto y nada de esto es posible sin empanadas ni papas fritas. Al calor de las brasas, nacerán el guitarreo y las canciones, es decir, la fraternidad en estado puro. Todas estas creaciones culturales están amenazadas por una tecnología que, so pretexto de cuidar el medio ambiente, pretende destruir formas de vida que llevan siglos preservando los ecosistemas. Cuando, allá por 2019, los gauchos expulsaron a los veganos de La Rural, en Buenos Aires, la naturaleza estaba del lado de aquellos tipos con boina y a caballo, no junto a los agitadores de negro y con pancartas.

Reciba, pues, nuestro aplauso esta iniciativa del Gobierno italiano que ojalá tenga continuación a ambos lados del Atlántico. Salgamos en defensa de las carnitas y los tacos al pastor, la «feijoada» y la «picanha», el seco de chivo y el zancocho, el asado con cuero y el cordero lechal que se asa en los fogones de Castilla. Tomemos todas las cautelas con esos productos sintéticos que amenazan no sólo la economía, sino la cultura y las tradiciones. Defendamos los placeres de la carne frente a las cosas sintéticas producidas en biorreactores. 

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