«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Abogado. Columnista y analista político en radio y televisión.
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Los reproches

31 de julio de 2023

Al votante de Vox se le reprocha que vote en conciencia. Esto no deja de ser sintomático del deterioro moral de España: se critica la coherencia de votar por el bien posible y no por el mal menor. Ojo a esto: se trata de un bien posible, es decir, el votante de Vox sabe que lo que defiende puede realizarse. Quizás esta haya sido la mayor contribución de Vox hasta el momento: demostrar que hay una alternativa política al progresismo.

El reproche que se le dirige a este votante, pues, es que con su coherencia ha impedido la victoria de Feijoo. No se le afea al PP que traicionase su ideario para abrazar los consensos progresistas. No se le critica la tibieza con los nacionalistas ni la ambigüedad con el aborto ni la debilidad, en general, ante las grandes causas del progresismo. No. Se le perdona todo en aras de echar a Sánchez como si eso lo resolviese todo.

Sin embargo, Vox ha supuesto un cambio muy relevante en la política española: ha dado una esperanza a una parte del electorado de derechas a quien sólo se le ofrecía un mal menor. Ha conseguido romper el bipartidismo que se disputaba la alternancia en el poder, pero no perseguía un cambio decisivo de las políticas. En efecto, la disputa entre el PP de Feijoo y el PSOE de Pedro Sánchez no implica ningún cambio político profundo, sino una competencia entre dos grupos de poder que, en lo fundamental, hace tiempo que coinciden.

Se pretende rescatar, ahora, la figura de Felipe González. El votante de Vox tal vez recuerde La bola de cristal, aquel programa infame con su adoctrinamiento marxista para niños. Es probable que no se le hayan borrado de la memoria las acciones de influencia —recuerden los reportajes— para que la sociedad española aceptase el aborto. Podría citar la corrupción, pero me interesa destacar más el clientelismo. La galaxia de cantantes, músicos, actores y gente de la farándula que se enriqueció gracias a los gobiernos socialistas ya en los 80 en la otra cara del secuestro de la movida madrileña por parte de un mandarinato progresista de izquierdas que despreciaba a las clases populares. Víctor Lenore le dedicó a este fenómeno páginas muy lúcidas en su libro Espectros de la Movida. Por qué odiar los años 80 (Akal, 2018).

Se dirá que, en comparación con Rodríguez Zapatero y con Sánchez, González parece Adenauer. No es cierto. Parece un antecesor de los otros, pero no los mejora. Ese espejismo —el de idealizar a los líderes socialistas de antaño— es parte de la mascarada que Vox ha venido a alborotar. Hay una continuidad entre los gobiernos socialistas de los 80 y parte de los 90 y los que llegaron después de 2004 incluido, por desgracia, el de Mariano Rajoy. Con una mayoría absoluta que le hubiese permitido cambiarlo casi todo, el presidente gallego prefirió no modificar casi nada. Nadie tuvo esa fuerza parlamentaria. Nadie careció como él de voluntad política. Entonces nació Vox. No se trataba tanto del desencanto del PP como de la esperanza de algo mejor. Esa aspiración ha movilizado a más de tres millones de votantes en medio del bombardeo desde las filas de Feijoo. Mientras Pedro Sánchez allanaba el camino para sus pactos, Feijoo trataba de dinamitar los suyos.

Ahora se pretende que la culpa no es de quienes durante casi 20 años han claudicado en todo, sino de quienes desde hace apenas diez vienen construyendo una alternativa. En realidad, la presencia de Vox incomoda porque hace visible una derecha social cuya voz estaba, hasta hace algunos años, ensordecida bajo el ruido blanco de «la gestión» y de «lo posible». Hablar de la vida y la familia, del campo, del futuro del trabajo, de los autónomos, del gasto político, de la identidad nacional o de la memoria de la persecución religiosa en España entre 1931 y 1939 resultaba peor que de mal gusto: sonaba subversivo. Hoy hay más de tres millones de votantes a los que se acusa de movilizar, con su sola existencia, a todas las fuerzas de la izquierda y los nacionalistas. Parece sugerirse que deberían desaparecer para que el PNV se quedase en casa, ERC se desintegrase y Bildu se rindiese. Uno pensaría que, si el votante de Vox se esfumase, regresaría el constitucionalismo a Cataluña y Pedro Sánchez rendiría cuentas ante la historia. Se trata de otro espejismo: hace mucho tiempo que el progresismo infiltró el PP y esa fue su verdadera debilidad.

Ahora el votante de derechas tiene otra opción, una que no le exige renunciar a sus principios ni aceptar los consensos impuestos por la izquierda. Se dirá que es una minoría de votantes de derecha. Es verdad. Ahora mismo son sólo tres millones de votos, pero también son nada menos que tres millones de votos. En realidad, son incluso más.

Las mayorías se construyen, no caen de los árboles como espera Feijoo ni llegan por rehuir las batallas culturales como hizo el PP. Hay más de tres millones de votantes que siguen creyendo que esa mayoría de derecha es posible gracias a Vox. Es muy injusto reprocharles a ellos el fracaso de Feijoo.

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