La violencia de la ultraizquierda, alentada por Podemos y validada por el ministro Fernando Grande-Marlaska, impide que los vecinos de Puente de Vallecas que votaron por VOX se puedan expresar en libertad.
13.171 vallecanos votaron a VOX en las elecciones generales del pasado 10 de noviembre. 13.171 españoles decidieron libremente apoyar a una opción política democrática y pacífica. 13.171 que han sufrido la violencia de la ultraizquierda por acudir al acto de Santiago Abascal y Rocío Monasterio en su barrio, o que se han tenido que quedar en sus casas por miedo al acoso de los violentos.
Una anormalidad democrática que se ha convertido en costumbre en los últimos años. Ocurrió hace unos meses en Sestao (Vizcaya), donde los batasunos agredieron con una pedrada a la diputada nacional Rocío de Meer, y más recientemente a lo largo y ancho de la campaña en Cataluña. Hoy, el escenario elegido por los radicales para mostrar su odio ha sido Vallecas, donde la ultraizquierda ha lanzado piedras y palos contra los asistentes al acto de VOX y donde catorce personas, incluido de nuevo un diputado nacional, Ángel López, y dos agentes de la Policía Nacional, han resultado heridas.
Una escalada de violencia y agresiones por parte de la ultraizquierda cuya responsabilidad no es únicamente de los que acuden a lanzar las piedras, sino de todos aquellos que alientan o validan sus actos. Entre ellos, los dirigentes de Podemos, Pablo Iglesias o Pablo Echenique, y el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska. Unos azuzan el odio contra VOX, otros permiten que acosen sus actos y los primeros lanzan las piedras.
Piedras que atentan contra la normalidad democrática de nuestro país y que, en un hecho insólito, impiden que un partido realice su campaña, o precampaña, en libertad y con todas las medidas de seguridad para sus dirigentes y los asistentes a sus actos.
En la Plaza de la Constitución de Vallecas, los derechos consagrados en nuestra Carta Magna han sido violados por violentos, representantes políticos y miembros del gobierno de la Nación.
Cerraba Santiago Abascal el acto, tras negarse a suspenderlo hasta que los radicales no fueran expulsados del recinto, con un alegato de esperanza: “Estaremos en cada barrio, en cada plaza y allí donde nuestra presencia sea necesaria”.
Razón no le falta. No es que nos juguemos la democracia, que también, es que nos jugamos la propia vida.