Argentina renovó parte de sus diputados y legisladores en unas elecciones que no ponían en juego cargos ejecutivos pero que servían para plebiscitar el estado de situación. Con los resultados en la mano, la primera observación es la confirmación cabal del deteriorado estado de la salud mental de la política local. Como en esos juegos de niños en los que se premia a todos para no traumar a nadie, el domingo a la noche, con el escrutinio casi concluido, todos festejaban. ¿Pueden todas las fuerzas políticas festejar una elección? En Argentina, sí.
El oficialismo perdió pero por menos de lo que esperaba, la oposición obtuvo triunfo a nivel nacional, la izquierda trotskista duplicó sus bancas y el liberalismo fue la revelación irrumpiendo en la cámara de diputados con un bloque más que interesante logrado contra viento y marea. ¿Todos contentos? Si se quiere entender lo que pasó el domingo, a lo que hay que prestar atención es al balance de poder entre las fuerzas, más allá del exitismo demencial y los números fríos.
Como ni la política profesional ni los medios entienden el fenómeno, los ataque recibidos parecen haberle dado renovados bríos a la fórmula de Milei
Como fuerza nueva y sin estructura, los liberales son la verdadera revelación de la jornada. Son los que realmente crecieron en votos desde las PASO y los únicos cuyo festejo es genuino. Javier Milei hizo una sorprendente elección y quedó como tercera fuerza en la Ciudad de Buenos Aires (CABA) donde el macrismo es amo y señor desde hace años. Su formación comenzó apenas unos meses atrás sin estructura jurídica, sin presupuesto y sin experiencia. Su campaña fue una suma atolondrada de voluntades pero el despliegue territorial hecho tracción a sangre de Milei y de sus compañeros Victoria Villarruel y Ramiro Marra rindió milagrosos frutos y soportó los embates de varios Goliat. Como ni la política profesional ni los medios entienden el fenómeno, los ataque recibidos parecen haberle dado renovados bríos a la fórmula. Su crecimiento fue inesperado y encendió varias alarmas en lo que el economista llama “la casta política”.
Ninguna otra candidatura genera tantas expectativas nacionales como internacionales, por eso, en este oscuro contexto, la figura de Milei que despegó respaldada por su dominio de las redes sociales, un ecosistema mundial que demanda libertad frente al intervencionismo estatal despiadado y una crisis de representación política global cobra vital importancia. Fue astuto explotando su personalidad excéntrica y venció cada vez que lo creían acabado. Ahora en el Congreso deberá conseguir que la dinámica parlamentaria no diluya su imagen. Para que crezca el liberalismo en Argentina, es fundamental que su bloque permanezca sosteniendo un mensaje claro, sin dejarse tentar por batallas internas que no le pertenecen. Ahora deberá utilizar su astucia en conformar redes internacionales, comprender el contexto mundial y ver más allá de las miserias parlamentarias.
El también liberal José Luis Espert en la Provincia de Buenos Aires (PBA) se posicionó como tercera fuerza en la tierra peronista por antonomasia. Superó con inteligencia y voluntad la pornográfica desproporción de recursos y logró, al igual que Milei, meter legisladores distritales además de nacionales. Entre los dos marcaron la agenda de la campaña tanto en cuestiones económicas como sociales. Pusieron en jaque el discurso socialdemócrata hegemónico compartido por el Frente de Todos (kirchnerismo) y Cambiemos (macrismo) y no retrocedieron ante los embates mediáticos y políticos que se organizaron, profusamente, contra ellos.
Cambiemos, como oposición, logró ganar a nivel nacional y distrital pero no crecer, ni capitalizar el impulso de las PASO y su victoria abrió las puertas de la interna que se disimulaba en la campaña. Una serie de jugadas muy audaces de un sector (las palomas) desplazaron al ala dura (los halcones) y ahora ambos bandos están en guerra. Tanto en CABA como en PBA, los armados fueron digitados por el jefe de Gobierno porteño Horacio Rodríguez Larreta en franca pelea con Mauricio Macri por la conducción del espacio. La elegida por Larreta para CABA fue María Eugenia Vidal que ganó pero por un porcentaje de votos mucho menor al que su partido obtiene habitualmente en el distrito. De hecho perdió tres bancas nacionales así como varias bancas distritales. Vidal tiene un discurso osadamente camaleónico que le permite decir una cosa y lo opuesto casi en la misma oración. Su falta de convicción y carisma fue notable en campaña y su victoria fue la más deslucida en años.
Larreta puso más énfasis en combatir a sus rivales internos que al mismo kirchnerismo, con el que siempre se mostró dialoguista y acuerdista
En PBA, Larreta colocó a su segundo en CABA, Diego Santilli, como candidato. Si bien Santilli ganó, lo hizo con una diferencia tan ajustada que el reparto de bancas con su contendiente quedó igualado. Parece increíble que no hubiera podido capitalizar la concatenación de desastres que el gobierno nacional de Alberto Fernández y el provincial de Axel Kicillof realizaron con minuciosidad y observancia. De hecho, la gelatinosa campaña de Santilli hasta le permitió una recuperación de votos al kirchnerismo en plena ola de inseguridad y aumento de la inflación.
Digno sucesor de Pirro de Epiro, Larreta puso más énfasis en combatir a sus rivales internos que al mismo kirchnerismo, con el que siempre se mostró dialoguista y acuerdista. Queda por entender si ganó perdiendo o perdió ganando, pero lo cierto es que le arrebató a su formación la oportunidad de aplastar al kirchnerismo en el peor momento de su historia y lo modesto de la gesta impidió que la oposición consiguiera la primera minoría en Diputados que era un escenario posible luego de las PASO. No se había terminado el champán de los festejos y ya los halcones y las palomas volvían a sus trincheras internas.
Luego de los resultados de las PASO, en el kirchnerismo la derrota se daba por descontada así que la consigna fue achicar el desastre e impedir un desbande épico de las distintas vertientes peronistas como intendentes, gobernadores, sindicalistas o piketeros. El cuarto gobierno kirchnerista perdió en la mayoría de las provincias incluyendo algunas icónicas y donde se elegían senadores. El reparto de bancas se equiparó, Cristina se quedó sin quórum propio en el Senado pero logró salvar las papas hasta recuperar representatividad en el vastísimo territorio bonaerense, su bastión. Cuestión que en la pelea esperaban un embate mortal y sin embargo salieron caminando. Tal es así que el presidente se mostró victorioso, desafiando los límites de la cordura, y convocó a una marcha para “celebrar el triunfo como corresponde”.
Con este nuevo Congreso la relación de fuerzas puede incomodar el accionar del oficialismo impedido de ostentar la prepotencia de los números, al tiempo que la pérdida del quórum wn el Senado pone a Cristina ante la humillación de tener que negociar, una afrenta a su condición de divinidad. Dicho esto, oficialismo y oposición vienen votando por unanimidad tantas barbaridades estúpidas y nocivas, que el cambio de proporcionalidad sólo tenderá a encarecer las voluntades pero difícilmente represente una pérdida del manejo parlamentario.
Para completar el panorama, es importante destacar la performance del trotskismo que pasó de dos a cuatro bancas y que hizo dignas elecciones en la patagonia, sede del conflicto mapuche y en el norte, consiguiendo una banca en CABA luego de dos décadas. La ruinosa gestión de Alberto ha conseguido que la rancia izquierda recupere sus banderas ante el fracaso de las medidas socialistas del kirchnerismo que, como es un clásico en los adoradores de León Trotsky, no es considerado el “verdadero socialismo”. Ante todo, salvar la utopía.
Ahora empieza el vodevil de los acuerdos para salvar al país y blablablá
Pero sea cual fuere el recambio parlamentario, lo que se mantiene firme es la proverbial ingobernabilidad del país y la pelea a muerte que domina la cotidianeidad del gobierno. Es imperioso para Cristina quitarle el cuerpo a la hecatombe y que los desastres venideros los pague el presidente vicario, pero ¿cuánto podrá resistir este desvencijado escudo? Terminadas las elecciones, ya no se pueden seguir escondiendo los problemas bajo la alfombra: el acuerdo con el fondo, el conflicto mapuche, la inflación descontrolada, la pobreza creciente y una larga lista de etcéteras que permanecen a la deriva.
Es cierto que Alberto encabeza el peor gobierno de la historia democrática, pero también es real que el 90 por ciento de su gestión estuvo dictada por Cristina. No puede el titiritero culpar al títere de la mala actuación. Es imposible saber cómo sigue ahora la gestión de Alberto Fernández que sólo completó la mitad de su mandato y ha conseguido más devastación y miseria que varios gobiernos juntos. En el exultante discurso en donde festejaba la derrota tendió puentes para tratar de conseguir un acuerdo de gobernabilidad con la oposición a la que previamente culpó por todos sus males. No es un negociador brillante, evidentemente.
El desafío de la gobernabilidad es lo realmente urgente, y los indicios de hartazgo social evidenciados en la elección no son un buen augurio. La participación de la sociedad fue la más baja en décadas, los resultados de los dos partidos mayoritarios van de pobres a malos y las pésimas ofertas en materia de candidatos dan cuenta de una crisis de representación y un divorcio con los votantes creciente. Sin la maquinaria clientelista que desplegaron tanto Cambiemos como el Kirchnerismo, los candidatos por sí solos no podrían haber llenado un ascensor. Los resultados de la elección, muestran a las claras que en la sociedad ya no generan expectativas ni esperanza como para tomar el timón de la crisis que atraviesa el país. Ni siquiera los gobernadores peronistas, que en situaciones similares ostentaban cierta legitimidad, salieron enteros de estas elecciones.
En síntesis, el resultado de las elecciones no es la causa de la crisis que se avecina sino la consecuencia de una crisis previa que nadie quiere asumir
Ahora empieza el vodevil de los acuerdos para salvar al país y blablablá. Los kirchneristas tratarán de socializar las culpas de la crisis y los cambiemitas probarán la robustez de su debilidad yendo divididos a apoyar o no al gobierno en nombre de la responsabilidad institucional y blabla. Pero no hay acuerdo ni diálogo que vaya a cambiar el desagrado que producen en una parte cada vez más creciente de la sociedad. Tampoco hay acuerdo ni diálogo que vuelva certeros los diagnósticos extraviados de quienes hace décadas vienen haciendo todo mal. En síntesis, el resultado de las elecciones no es la causa de la crisis que se avecina sino la consecuencia de una crisis previa que nadie quiere asumir, que ha degradado a los partidos mayoritarios y ha paralizado todas sus maniobras.
Los ejércitos comandados por sindicalistas y piketeros, dueños de más dinero y almas que cualquier partido político, son los garantes de que nada cambie aunque la Argentina se hunda y acampan alrededor del Congreso en franco asedio, algunas veces literal. Por eso la composición del Congreso es cosmética y no cambiará el vendaval que llegará inexorablemente.