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crónicas del atlántico norte

Una mirada crítica desde las aulas

El colegio de educación primaria Stoneleigh en Estados Unidos

Ya no te acuerdas, pero no hace tanto que cerraron las escuelas, que el mundo estaba convencido de que los abuelos se estaban muriendo porque los niños propagaban muchísimo el virus en los colegios, como si el virus tuviera una inquina especial contra la enseñanza. A esta generación de estudiantes les queda el hachazo, en la conciencia y en la formación, de un montón de políticos que improvisaron con más miedo a las encuestas que a los daños reales que podían ocasionar. En Estados Unidos el asunto del cierre de las escuelas fue casi un subgénero literario para los columnistas. 

Ahora, mucho tiempo después de todo aquello, los editores de National Review le dedican un editorial al análisis de las consecuencias. «Los niños en muchos estados están en su nivel más bajo de rendimiento académico en décadas», «la causa es bastante obvia, según los datos: cuanto más tiempo permanecieron las escuelas cerradas durante la pandemia, o virtualizadas en pantallas, más pérdida de aprendizaje experimentaron los estudiantes». La encuesta de evaluación nacional del progreso educativo en Estados Unidos (NAEP) también demuestra que «como predijeron muchos observadores en ese momento, los estudiantes de minorías que dependían más de la estructura diaria que brindan las escuelas eran los que estaban en peor situación tras nuestros experimentos de cierres, escuela Zoom y aulas enmascaradas y distanciadas». 

«La culpa de este desastre educativo también debe atribuirse a nuestra burocracia de salud pública, que constantemente exageró el peligro de Covid-19 para los niños y el peligro de propagación en las escuelas, mientras minimizaba los resultados adversos para la salud pública del cierre de colegios», concluye National Review, asegurando que «a los padres y niños se les debe no sólo una disculpa, sino un estricto informe público de lo que salió mal y por qué».

Sin alejarnos de las aulas, sorprende ver cómo la misma izquierda que ha quemado libros –a veces literalmente- que hasta ayer eran clásicos indiscutibles y hoy son homófobos, machistas, o racistas, pone ahora el grito en el cielo cuando grupos de padres americanos se juntan para investigar qué tipo de libros se ofrece a sus hijos en las bibliotecas de las escuelas que financian con su propio dinero.

Se trata de obras que, como relata Kylee Griswold en The Federalist «exponen a los jóvenes a la masturbación, comportamientos sexuales de riesgo, lascivia, experimentación con personas del mismo sexo, violación, violencia y más. En el mejor de los casos, son tremendamente inapropiados para la edad y, en el peor, pornográficos. En realidad, tal vez las impactantes ilustraciones pornográficas, que incluyen representaciones gráficas de niños homosexuales de 10 años teniendo sexo oral, de alguna manera no son la peor parte». Y es verdad, porque como señala la autora muchos otros libros «catequizan a los niños en una confusión pseudocientífica, llevándolos a creer que podrían nacer en el cuerpo equivocado, a veces basándose nada más que en sus colores, juguetes o disfraces favoritos. O que si sus características sexuales secundarias no se desarrollan tan rápido como las de sus amigos, tal vez serían más felices sin esos apéndices por completo». 

En medio de esta lucha por preservar a los niños de contenidos inapropiados y manipuladores, el gobernador de Maryland, Wes Moore, ha tratado de denigrar a estos padres, mezclar el asunto con una suerte de racismo transversal y asegurando que, al retirarles esos libros, «los están castrando». Ciertamente, a Moore Dios no le bendijo con el don de elegir las palabras más audaces para sus propósitos, porque fue sencillo para la autora de The Federalist explicarle que «en la medida en que los líderes conservadores y los padres han protegido a los niños de la propaganda dañina, no se trata de ‘castrar’ metafóricamente a las personas de piel oscura, lo cual es absurdo a primera vista. Se trata de salvar a los niños de la castración literal».

Uno de los mejores frutos de una buena educación es formar mentes críticas, capaces de leer, analizar, criticar, y formarse una opinión. Por desgracia, cada vez hay más lectores que se quedan en la superficie y eso es un síntoma. Con la muerte de Cormac McCarthy, no pocos críticos de gatillo rápido han estado resaltando su nihilismo despiadado. No creo que haya una definición más injusta para su obra. Por suerte, Michael Crews ha desmentido ese reduccionismo en First Things: «Que McCarthy es un nihilista macabro ha sido un cliché persistente a lo largo de su carrera, pero como la mayoría de los clichés, a pesar de su parte de verdad, simplifica demasiado y, por lo tanto, distorsiona nuestra visión». «Varias encarnaciones aterradoras del mal aparecen a lo largo del trabajo de McCarthy», añade, «pero las representaciones de la oscuridad de McCarthy nunca están desprovistas de luz, por trágico o precario que sea su lugar en las narraciones». 

Concluye Crews repasando cómo sobreviven los protagonistas de La Carretera, su novela más celebrada: «Se recuerdan unos a otros, con algo así como una repetición litúrgica, que ellos son los buenos y que llevan el fuego. Contraponen el amor, el sacrificio propio y la misericordia a la crueldad salvaje de los hombres y mujeres degradados que encuentran en su viaje. El fuego que llevan está presente en toda la ficción de McCarthy. Cualquier valoración de su obra que se pierda esa luz se ha perdido todo». 

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