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EL DIPUTADO MÁS VOTADO DE LA HISTORIA DE BRASIL

Eduardo Bolsonaro: «Estamos muy preocupados por la limpieza de las elecciones»

Eduardo Bolsonaro, hijo del presidente de Brasil. Reuters

Eduardo Bolsonaro (Resende, 1984) es el tercer hijo del presidente de Brasil y, además, el diputado federal más votado de la historia del país. Desde la llegada de su padre al poder en enero de 2019, a través de unos años convulsos, sin tregua, es un referente político frente a la enésima expansión del populismo izquierdista en Iberoamérica y uno de los principales exponentes de la nueva derecha alternativa a la intransigencia woke en Occidente.

Hoy, al cabo del primer Gobierno Bolsonaro, entre el masivo respaldo popular y el implacable ataque de la opinión publicada, padre e hijo persisten en la desagradecida tarea de llamar a las cosas por su nombre.

Después de cuatro años en los que ha ocurrido todo lo que podía ocurrir, ¿cómo llegan Jair Bolsonaro y el PL a las elecciones?

Llegan muy fuertes. El PL es hoy el partido más grande de Brasil con casi 80 diputados federales, muy por encima del PT, y su condición financiera es excelente. Además, hay tiempo de televisión: en 2018, Bolsonaro aparecía unos 12 segundos al día en la tele, mientras que hoy sale más de dos minutos, lo que es un gran logro. Pese a que en casi todas las casas brasileñas hay un smartphone con acceso a Internet, mucha gente sigue bajo la influencia de Globo TV, el grupo con la mayor audiencia del país, cien por cien contra Bolsonaro.

Siempre Globo, «la CNN brasileña».

Peor que la CNN. Peor hasta el punto de intentar involucrar a mi padre en un asesinato que ocurrió en Río Negro mientras él estaba en Brasilia cuando era diputado federal. ¡No les importó contarlo aun sabiendo que para entrar en el Congreso de Brasil es necesaria la huella dactilar!

¿Qué balance hace de los años de gobierno de Jair Bolsonaro?

Cuando Dilma salió del gobierno, Brasil sufría su mayor crisis desde que se instauró la República en 1889: la inflación y el desempleo eran altísimos, y la corrupción, total. Eso ha cambiado con Bolsonaro. Desde el primer día, antes de hablar de ideología o cultura, que es un tema un poco más profundo, tratamos de alcanzar el mínimo básico de dignidad para la persona. Vamos a terminar este año cerca del 8% de paro. De enero de 2019 hasta hoy, la iniciativa privada ha generado más de cuatro millones y medio de puestos de trabajo, y llevamos tres meses consecutivos en deflación, gracias, entre otras medidas, a la limitación de los impuestos estatales sobre los combustibles, cuando los gobernadores de 18 de los 27 estados decidieron subirlos en la misma medida en que Bolsonaro cortó los tributos federales, con la oposición de todos los senadores del PT.

Se han aplicado ideas que han permitido a Brasil reducir la burocracia y la carga fiscal, incluso durante la pandemia. Sería la primera vez desde 1985 que un presidente deja más dinero en las arcas públicas del que había cuando asumió su mandato.

Una de las reformas más profundas es la del Banco Central de Brasil, que impedirá al próximo dirigente de Brasil, sea o no Bolsonaro, cambiar al presidente para colocar a alguien que propicie, no sé, una devaluación de la moneda.

Después del mandato que concluye, ¿cuáles son los retos que aún tendrá pendientes el presidente en los siguientes cuatro años?

Tan importante como marcar un gol es evitarlo. El primer reto, y el éxito, será impedir el regreso de la izquierda. La región está mirando a Brasil, que es la mitad de Iberoamérica y su principal economía. Bolsonaro sabe que es un ejemplo en el resto de los países, tras demostrar que es posible luchar contra la izquierda criminal del Foro de São Paulo que, por cierto, después de que fuera descubierto y todo el mundo conociese bien su actividad, cambió de nombre y ahora se llama Grupo de Puebla. Son la misma cosa.

Está en juego la reducción del tamaño del Estado, la bajada de impuestos y la generación de un ambiente propicio para recibir inversión internacional. Decía Thomas Jefferson que «el precio de la libertad es su eterna vigilancia», y Brasil es el gran bastión de la libertad en toda Iberoamérica.

Aún está reciente el ascenso de Gustavo Petro a la Presidencia de Colombia, uno de los grandes triunfos del Foro de São Paulo. ¿Es un aviso para Brasil?

Lo de Petro en Colombia es complicado de comentar. Habla de soltar presos, se fue a la ONU a promover la liberalización de la cocaína, haciendo una comparación ridícula sobre qué es más nocivo para la salud, si la coca, el carbón o el petróleo. Está dando facilidades para que los criminales puedan practicar delitos sin ser detenidos. No está bien.

En el periodo transcurrido entre la llegada de Joe Biden y la de Petro, el gobierno de Jair Bolsonaro se ha ido quedando solo en la región como alternativa al globalismo y al populismo. ¿Cuáles considera sus principales apoyos internacionales de cara a las elecciones del domingo?

Con independencia de los apoyos internacionales, tenemos que hacer nuestra tarea. Es cierto que con Trump teníamos una relación mucho más abierta y cercana que con el Gobierno de Biden. Entre nuestros aliados contamos con Santiago Abascal, con Vox cada vez más presente en toda Iberoamérica, Viktor Orbán, el propio Trump y su hijo o los senadores Marco Rubio y Ted Cruz. Y en la región, José Antonio Kast, Javier Milei o María Fernanda Cabal.

¿Cómo es su relación con Giorgia Meloni?

Tenemos muchas ganas de empezar a cooperar con la nueva primera ministra de Italia, que tiene prácticamente el mismo lema que Bolsonaro. «Dios, patria, familia y libertad», en Brasil, y «Dios, patria y familia», en Italia.

¿A usted también le resuenan cada vez con más fuerza las sospechas de una posible falta de limpieza en las elecciones como la única explicación de que Lula da Silva se imponga al presidente con más apoyo popular de la región?

Estamos muy preocupados por la limpieza de las elecciones. Prácticamente todas las medidas de transparencia que el Congreso y el presidente intentaron sacar adelante fueron anuladas por el Tribunal Superior Electoral, que organiza los comicios. Tres de sus miembros proceden de la misma Suprema Corte que sacó de la cárcel y rehabilitó a Lula, con el juez Alexandre de Moraes a la cabeza. El TSE, además, es el órgano encargado de juzgar todo conflicto relativo a las elecciones.

Incluso el intento del Congreso de Brasil de aprobar una medida para que el sistema de voto electrónico genere un resguardo, una prueba, que pueda conservar el elector fue arruinado por el Tribunal Superior Electoral. De hecho, ni siquiera se puede entrar en la cabina de votación con el teléfono móvil.

Lo último ha sido el movimiento del propio de Moraes para impedir que se vote vestido con la camiseta de la selección brasileña de fútbol, por ser de los mismos colores que la campaña de Bolsonaro. El presidente ya ha dado órdenes a las Fuerzas Armadas para que no respeten la medida y permitan que cada uno llegue al colegio electoral como quiera, siempre y cuando no luzcan propaganda política de ningún tipo.

¿Qué lleva a un brasileño a optar por un candidato que ha pasado por la cárcel?

En Brasil no existe un rechazo hacia la corrupción de la izquierda, mientras que a cualquiera de derechas le rechazarían sus propios votantes. Además, durante siete años, todos los días, la prensa de izquierdas ha atacado a Bolsonaro sin fundamento.

¿No hay en el PT o en la izquierda otros candidatos posibles?

Estar involucrado en actos de corrupción parece requisito básico para pertenecer al PT, porque así están todos juntos y, sin escapatoria, es más fácil controlar el partido. Así es como Lula tiene poder para ser el único candidato.

¿A qué se enfrentaría Brasil si Lula volviese al poder?

Mientras Bolsonaro permitía a los brasileños abrir sus negocios, y la Suprema Corte dictaminaba que los confinamientos eran potestad de los gobernadores y los alcaldes, Lula dijo que, «contra la voluntad de la humanidad, Dios envió este monstruo llamado coronavirus para abrir los ojos de la gente y permitir que todos que vieran que solamente un estado grande y fuerte es capaz de solucionar determinadas crisis».

Lula considera el aborto un tema de salud, confiscará las armas compradas durante los últimos cuatro años, volverá a nacionalizar las empresas privatizadas o piensa volver a controlar el Banco Central de Brasil para imprimir papel moneda. Pero Lula no va a volver. Bolsonaro es una rockstar.

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