«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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REFLEXIONES SOBRE LA INMIGRACIÓN TRAS EL II ENCUENTRO FRONTERA SUR

Ceuta y Melilla, el límite entre la civilización y la barbarie

Frontera de Benzú en Ceuta. FOTO: VOX España
Frontera de Benzú en Ceuta. FOTO: VOX España

Tienen razón aquellos que argumentan que el movimiento de personas entre territorios ha sido una constante en la historia del ser humano. El motivo siempre es el mismo: la supervivencia. Lo que muchos de los que esgrimen este argumento omiten es que aquellos que gobiernan los territorios en pugna tienen el derecho bien sea a permitir su paso o a evitarlo. Es decir, olvidan el derecho de las personas que ocuparon previamente un territorio y ensalzan los supuestos derechos de los que quieren ocuparlo.

Cualquiera que haya leído algo más allá de los titulares de los medios de comunicación o haya visto algo más allá de un minuto de vídeo en redes sociales sabe de lo que hablo. La historia está ahí para aprender de ella. España es un ejemplo de territorio de tránsito para varios pueblos con culturas no siempre afines, en ocasiones incompatibles. La convivencia entre naciones étnicas no suele ser pacífica, pese a compartir territorio. Las tribus de la Península Ibérica fueron unificadas a través de la conquista de Roma durante cientos de años y con la imposición de la pax romana. Después vinieron los visigodos, luego los árabes… ya saben de lo que hablo. Ninguno de esos grupos pidió permiso. Vini, vidi, vici. Entraron y se mezclaron por imposición violenta o convivieron y se mezclaron a través del comercio. A veces a través de las dos vías. Hubo imperios generadores (Roma y España), y otros depredadores (el islam, como vertiente política, lo incluyo en este ámbito).

Con el paso del tiempo, las naciones étnico-culturales dieron paso a los Estados-nación tras la Revolución Francesa, aunque España, gracias a los Reyes Católicos, ya formó algo muy semejante más de 300 años antes (ya sabemos que la gloria se la llevan otros por no saber defender lo nuestro). Esta organización implicaba un territorio y unos derechos exclusivos para aplicarse en ese territorio. Y aquí empieza el gran logro de la civilización occidental o cristiana: la institución de una serie de derechos y deberes que, como seres sociales, nos atan a una comunidad que debemos preservar. Decía Miguel de Unamuno que la nación es la estructura básica para la existencia de la solidaridad. Una palabra esta, por cierto, prostituida con el paso del tiempo porque ‘prójimo’ viene de ‘próximo’, es decir, el otro cercano. No tengo intención de hacer un ensayo de inspiración filosófica pero esto sin duda es un elemento clave para no caer en manipulaciones conceptuales y lingüísticas.

Con el paso del tiempo, y la disolución de las fronteras como elemento clave para la existencia de esos derechos y deberes, llegaron los Derechos Humanos. Sí, voy a criticarlos pese a que hoy sean un dogma. La humanidad como idea no existe, el progreso de la humanidad como idea no existe, la cultura universal no existe, y así un largo etcétera. Podemos hablar de la deseada (o no) convivencia más o menos pacífica entre Estados e imperios, incluso clases, pero ya. Punto. Y he aquí la trampa que, como Caballo de Troya, viene envuelta bajo ese mensaje idealista: si existe una humanidad en singular, los Estados-nación, los derechos y deberes asociados a un territorio y todo lo asociado a ellos ya no tiene valor jurídico conceptualmente. Este mensaje idealista caló hondo por las circunstancias en las que se adoptó, pero nadie los cumple. Más bien son un papel mojado al que hacen referencia ciertas potencias hegemónicas cuando les interesa dominar o imponer ciertas políticas. No los cumple ningún Estado y tampoco lo hacen los promotores del mismo documento. Si existe la humanidad y las fronteras dejan de existir con todas sus consecuencias, es lógico pensar bajo este falso dogma que los seres humanos tenemos derecho a “migrar” por donde nos plazca. Total, la Tierra es nuestra, ¿o no? Es curioso que esto lo promuevan los mismos que nos confinaron de manera ilegal en casi todo el mundo poniendo fronteras incluso entre miembros de una misma familia. Ciudadanos del mundo pero cuando les interesa. No hay fronteras menos cuando les interesa. Quizás a algún lector esto no le llame la atención, pero es algo a lo que le suelo dar vueltas. No me gustan las falacias lógicas y solemos caer en ellas habitualmente.

Una vez explicado esto, pasemos a nuestro entorno geopolítico como Estado-nación y como parte de una superestructura llamada Unión Europea. La élite de Bruselas aplica esta falacia lógica. Gobiernan un territorio con fronteras pero desde sus poltronas llaman a que no haya fronteras. Borrell, nada más ser nombrado máximo representante de la política exterior de la UE, proclamó que no le gustaban las fronteras, lo que anticipó su pésimo desempeño en tal puesto. Rajoy, por cierto, dijo exactamente lo mismo cuando llegó a la presidencia. Creo que con estos dos ejemplos es fácil entender por qué estamos como estamos. ¿Cargos políticos y presidentes de gobierno que niegan la existencia de las fronteras y, por lo tanto, de los derechos de los ciudadanos que viven dentro de ellas? Está pasando.

España es un país con una situación geográfica especial y, precisamente por eso, su importancia geoestratégica no tiene parangón. Si tuviéramos gobernantes responsables y coherentes, jugaríamos un papel mucho más importante en la política no solo europea, sino mundial. Para el que tenga dudas o niegue esto, me remito al principio del artículo: que abra un libro de historia y si se viene arriba, uno de geografía.

Nuestras ciudades autónomas de Ceuta y Melilla son el límite entre la civilización y la barbarie. ¿Creen que me he excedido? Vuelvan a abrir los libros de historia. No omito el que hayamos cometido atrocidades, eso es un hecho pero, como se suele decir, “no se puede ser romano y aplaudir a los bárbaros”. Me temo que hoy cohabitamos con muchos que desean ver caer a Roma en vez de defenderla.

En términos económicos, la inmigración no siempre es positiva. Cuando los recién llegados tienen un nivel medio-alto de preparación es fácil que sean insertados en el sistema económico de las naciones, siempre y cuando haya demanda. La solidaridad no implica el desestabilizar el sistema que permite que se ejerza esa misma solidaridad. Cuando los recién llegados no tienen la capacidad de aportar nada al país, empiezan los problemas. Un informe del Grupo de Estudios Estratégicos (GEES) señalaba en 2018 que el balance de la inmigración en España es negativo. Ni más, ni menos. Un 12% de la población (por aquel entonces) que apenas contribuía con el 3% a la riqueza nacional. Algunos dirán que no todo es economía y les doy toda la razón. Pero entonces que no nos digan que nos vienen a pagar las pensiones o a tener los hijos que no queremos tener. ¿No será que no podemos porque no nos dejan o no nos ayudan con el mismo dinero que damos nosotros al Estado fruto de nuestro trabajo? Cuestión de prioridades y cuestión de falacias lógicas.

Defender las fronteras no es un acto extremista. Es un derecho y un deber porque, si estas caen, todo caerá. El concepto de democracia también está sujeto a ellas. ¿Quizás por eso los globalistas desean que no existan, al menos conceptualmente? Puede que anticipemos escenarios pero eso nos permite entender motivaciones.

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