«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Quiero irme de aquí

Cartel de Òmnium y Sagrada Família. Fotomontaje

Desde lo ocurrido ayer ya nada volverá a ser igual. El Estado ha perdido la batalla de la imagen y tendrá consecuencias. Pero no es esta una crónica de análisis político. Al menos no sólo. Es el texto personal de un español desolado por la situación y que cuenta las horas para volver a casa.


‘Los desastres de la guerra’ es la colección de grabados que Goya dibujó sobre la Guerra de la Independencia, de la que fue coetáneo. El pintor fue testigo presencial de la dramática estampa número 44, a la que tituló ‘Yo lo vi’.
Lo que ocurrió ayer en Cataluña no tendrá menos trascendencia para la historia de España que la Guerra de la Independencia. Sin muertos, la consecuencias, sin embargo, serán mucho más graves. Contra el francés se dirimía el control de las instituciones españolas, anoche la supervivencia misma de una comunidad política varias veces secular. Que España acabe. Y yo lo vi.
Vi a familias enteras yendo a votar la secesión a pesar de las dificultades y del riesgo físico al que se exponían. Vi a mayores; y a muchos jóvenes que hacían su revolución. Vi a gente bien de Sarrià y a gente humilde. Vi un separatismo por completo transversal y establecido ya en todas las clases sociales, territorios y perfiles políticos. Vi mesas improvisadas en la calle en las que los votantes se turnaban para comer, tan largas llegaron a ser las colas. Vi escenas de solidaridad con los Mossos y abrazos correspondidos. Vi, en fin, cómo ha triunfado un sentimiento inducido durante cuarenta años desde los poderes públicos a través de una fabulosa operación de ingeniería social. Vi a una sociedad próspera, con sus instituciones, su parlamento, su idioma, su sanidad, su educación, su policía y hasta sus embajadas. Una sociedad que teniéndolo todo cree no tener nada. Vi cómo se ha inducido a una paranoia colectiva que hace creer a muchos catalanes que viven sometidos por un poder despótico que persigue su lengua, su cultura, su pensamiento y hasta su dignidad. Y vi como, en definitiva, la represión policial de ayer confirmó a muchos en sus tesis y atrajo a muchos otros.
Ya nada volverá a ser igual. El Estado ha perdido la batalla por el relato, la pugna por legitimarse en el imaginario colectivo. Ayer se abrió por vez primera una grieta en la Unión Europea, que ya exige “negociación” y pronto exigirá una ‘solución democrática y acordada’ por ambas partes, esto es, un referéndum de secesión tipo Escocia. 
Ayer se perdió el favor de la prensa internacional, que hoy abre sus portadas con las imágenes con las que el separatismo lleva cinco soñando.
España, un país contra el que aún penden prejuicios derivados de la Leyenda Negra, se ha quitado la careta. “La vergüenza de Europa”, titula CNN. Y cosas muy parecidas denuncian el resto de la prensa anglosajona, la más influyente del mundo.

Portadas de 2 de octubre de 2017 de la prensa internacional

Al Gobierno de España le ha superado por completo la situación. Rajoy, un tecnócrata sin ideología, un registrador de la propiedad, y Soraya Sánez de Santamaría, una abogado del Estado, no han sabido leer un movimiento emocional e identitario que les desborda por todos los flancos. No es posible comprender, y menos combatir, una revolución hiperpolítica desde tablas de Excel y páginas del BOE. No es una cuestión material, de dineros o física, es una voluntad metafísica lo que mueve a esta gente. La identidad de los pueblos existe, pese a que desde Bruselas y desde las oligarquías empresariales mundialistas quieran hacernos creer lo contrario.

La independencia ya no es una utopía

Hasta hace unos días, la secesión era una quimera, hoy es una posibilidad muy real. No ocurrirá en los próximos días, ni en los próximos meses, pero si no hay un cambio de rumbo urgente, se consumará en los próximos años.
Hoy, sin embargo, el único plan para apaciguar al separatismo consiste en abundar en los errores que nos han traído hasta aquí: ceder más o ceder mucho más. Pero la situación es tan extremadamente grave que para revertir la situación haría falta una gigantesca operación de Estado que, recuperando en primer lugar y de manera urgente la educación, trabajara de manera coordinada el ámbito cultural, sociológico, sentimental, político, administrativo y simbólico. Sólo así, y esperando resultados a medio-largo plazo, puede evitarse ya la secesión de Cataluña. El plan es tan ambicioso, supondría una revolución constitucional y política de tal calibre, requeriría de unos consensos tan amplios, que sencillamente no se va a producir.
Yo estuve en la Plaza de Cataluña cuando acabaron las votaciones. Sumergido en un mar de banderas esteladas, ikurriñas, gallegas, escocesas, venecianas, quebequenses y de, en fin, todas esas ‘naciones’ que dicen sin Estado. Una gigantesca pantalla de TV3 ponía en bucle escenas de «represión policial» y de indignación internacional. Y los tertulianos coincidían “El tenim a l’abast” (Está a nuestro alcance). Aparece por un momento Inés Arrimadas y la plaza cambia el rostro y grita como el que grita a un árbitro en el fútbol: «espanyola!». «Espanyola». Como insulto.

Anoche, Plaça de Catalunya.

Extranjeros, estudiantes Erasmus y hasta turistas se unían a la causa y se uniformaban para la ocasión. Los voluntarios de la ANC, ya pasado el referéndum, regalaban las banderas multicolores del ‘Sí’. Motos y coches hacían sonar el claxon y cada vehículo de los Mossos d’Esquadra era saludado con una inmensa ovación. Yo lo vi. Y también vi la tremenda hostilidad de los asistentes cuando un convoy de furgonetas de la Policía Nacional -aquí “policia espanyola”- apareció por Ronda de Sant Pere: “Fora les forçes d’ocupació, fora les forçes d’ocupació!”.
Ya al filo de la media noche, y con el delirio escuchándose aún por los altavoces, me sorprendí a mi mismo vagando por las inmediaciones de la plaza. Sin rumbo. Físicamente destrozado por una jornada de dieciséis horas y moralmente roto. Desolado en lo personal. Estos días he conocido bien Barcelona. Y es hermosa. Pero mi relación con ella ha sido como la de la chica de la que uno no quiere enamorarse por saber que nunca será correspondido. Se escuchan miles de gargantas reclamando independizarse de asturianos, castellanos, aragoneses. Y de mi. Ya no puedo aguantar todo esto. Quiero irme de aquí.
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