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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

El empeño de matar el espíritu del 1-O como se mató el de Ermua

La clase política tiene tanto empeño en acabar con el espíritu del 1 de octubre como lo tuvo hace 25 años en acabar con el espíritu de Ermua

Las movilizaciones que se han vivido este fin de semana en casi toda España, especialmente en Barcelona y Madrid, recuerdan a esas otras que hace 25 años se vivieron en nuestra patria tras el vil asesinato de Miguel Ángel Blanco. Entonces se le llamó Espíritu de Ermua, y en apenas unos meses quedó desarticulado por la apropiación partidista y por las maniobras de los proetarras y su pacto con el PNV. Ahora es un sentimiento de unidad nacional, todavía no bautizado, el que ha sacado a la calle a millones de personas en defensa de la unidad de España, en apoyo al rey Felipe VI y en agradecimiento a la Policía Nacional y a la Guardia Civil. ¿Cuánto tardarán las oligarquías políticas en desactivar estas movilizaciones?
El primer paso ya está dado. Cuando un grupo de jóvenes salió a la calle el 3 de octubre desafiando a la huelga decretada por los separatistas catalanes -acabón sumando a varios miles de personas que marcharon con banderas de España por la calle Balmes- no representaba a ningún partido político. Cuando los ciudadanos de Cataluña se manifestaban frente a cuarteles y comisarías en apoyo a la Guardia Civil y la Policía Nacional, no lo hacían en nombre de ninguna formación.
El movimiento de apoyo a la unidad de España ha desbordado a los partidos y se ha hecho con la calle. Miles de banderas nacionales lucen en ventanas y balcones, y ningún partido político lo ha promovido. Todo ha sido organizado por la propia ciudadanía. Y esto es algo que a los dirigentes políticos les da auténtico pánico. No pueden consentir que sea la nación y no ellos quienes organicen y sean capaces de dar una respuesta en la calle a los separatistas.
Pero ya están dispuestos a desmontar el espíritu del 1-O, como lo hicieron con el espíritu de Ermua. Como preludio a la manifestación de Barcelona del pasado domingo, varias asociaciones civiles, lideradas por la Fundación para la Defensa de la Nación Española (DENAES), organizaron una concentración en la madrileña plaza de Colón. A ella acudieron miles de personas, sin símbolos políticos, solamente con banderas rojigualdas.
En el acto, que había sido oficialmente boicoteado por el Partido Popular, hablaban personalidades de la sociedad civil: Javier Barraycoa, de Somatemps, el periodista José Javier Esparza, de Intereconomía -única televisión que retransmitió la concenctración-, y Santiago Abascal, patrono de DENAES y presidente de VOX. Como el aluvión de gente fue impresionante, mucho más de lo previsto, el PP improvisó y, para apropiarse de la convocatoria, envió al vicesecretario de Comunicación, Pablo Casado. Éste, nada tenía que ver con la organización, hasta el punto de que se le permitió subir al estrado por mera cortesía.
Los medios que habían enviado periodistas a cubrir la concentración se centraron en él. Esa era la estrategia. El éxito, lejos de reconocérsele a la sociedad civil y las organizaciones convocantes, se ha trasferido al PP. Ahora muchos piensan que es un acto de ese partido, el que lleva décadas alimentando el separatismo con su inacción. El partido en el Gobierno, que ha permitido dos referéndums ilegales y no ha actuado todavía contra quienes pretenden -y están cerca de conseguirlo- romper la unidad de España.
El domingo en Barcelona, el éxito de la convocatoria se debe a la sociedad civil. En este caso a organizaciones como Somatemps y Sociedad Civil Catalana, entre otras. Pero los dirigentes políticos de PP y Ciudadanos se apresuraron a coger la pancarta para salir en la foto. Se menospreció a quienes llevan años trabajando por la unidad de España. Muchas veces desde el anonimato y sufriendo el ataque diario de los separatistas. El millón de personas que acudió a Barcelona lo hizo para ganar la batalla al separatismo, apoyar a sus Fuerzas y Cuerspos de Seguridad y vitorear a Felipe VI. Pero ya se lo ha apropiado una oligarquía de políticos que son casi tan culpables de lo que está ocurriendo en Cataluña tras décadas de inacción. Ahora parece que es obra de quienes consintieron el adoctrinamiento de dos generaciones de catalanes en la escuela tras la cesión de la educación a los partidos separatistas.

El doloroso precedente del espíritu de Ermua

Es triste recordar que hace veinticinco años ocurrió lo mismo. El 10 de julio de 1997 era secuestrado Miguel Ángel Blanco, un joven concejal del PP, vecino de la localidad vasca de Ermua. El secuestro fue perpetrado por miembros de la banda terrorista de ultraizquierda ETA. Pedían el acercamiento de los presos etarras a cárceles vascas en un plazo de 48 horas.
Pocas horas después de conocerse el ultimatum de ETA, primero en Ermua, luego en el resto de España, la sociedad civil salió a la calle para decirle a los etarras que no estaba dispuesta a consentir eso.
Por primera vez la sociedad vasca plantaba cara a los terroristas y a quienes les apoyaban. Se enfrentaron a ellos, atacaron las herriko tabernas y acosaron a los miembros de Herri Batasuna, el brazo político de la banda. Durante las cuarenta y ocho horas que mediaron entre el secuestro y el asesinato del joven concejal, millones de personas salieron a la calle en toda España para hacer frente al terrorismo.
Fue un movimiento ciudadano, no organizado. Espontáneo, con la dificultad que implicaba eso en un momento en el que no existían las redes sociales. Pero duró lo que tardó en ser enterrado Miguel Ángel Blanco. En seguida los partidos políticos quisieron apropiarse del movimiento ciudadano. Llegaron las manos blancas, algo que no se había visto en los primeros momentos. El PP quiso apropiarse del mártir, mientras que el PSOE no podía consentirlo.
Los separatistas vascos vieron, en esa desunión, su posibilidad para recuperar la iniciativa ante la sociedad vasca y solamente unos meses después del asesinato, ante la desunión de los llamados constitucionalistas -que ya habían adormecido a la ciudadanía nuevamente- firmaban un pacto al que se adherían dos docenas de partidos, sindicatos y organizaciones separatistas vascas. Entre los firmantes, que pretendían poner fin al pacto de Ajuria Enea, estaban juntos el PNV, Herri Batasuna, IU, los sindicatos ELA y los proetarras de LAB, los grupos del entrono de ETA: Jarrai, Elkarri y los colectivos pro presos. Ese documento era la hoja de ruta para la independencia de la comunidad autónoma vasca.
Ahora el panorama se repite: la apropiación partidista del movimiento cívico contra el separatismo catalán, el mismo que apoya a su rey y a sus Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, está permitiendo que los que quieren romper España tengan aire. Si la sociedad consiente esto, los masivos movimientos de los últimos días no habrán servido de nada.
 
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