Hay dos puntos de inflexión que marcan el cambio de rumbo del PP en esta legislatura: el día que el Gobierno aprobó el Real Decreto del estado de alarma (14 de marzo de 2020) y el discurso de Pablo Casado contra VOX en la moción de censura (22 de octubre del mismo año). En el primer caso, los populares trazaron una estrategia de apoyo al Gobierno votando a favor -hasta en tres ocasiones- de prorrogar el estado de alarma que iba aparejado del confinamiento de los españoles. Más tarde optaron por la abstención y, en dos ocasiones, por el voto en contra. El segundo estado de alarma volvió a retratar al PP: abstención ante un real decreto que se extendía desde el 9 de octubre de 2020 al 9 de mayo de 2021. Es decir, un cheque en blanco de seis meses a Sánchez cuando el Tribunal Constitucional debía resolver los dos recursos de VOX contra sendos estados de alarma y un tercero contra el cierre del Congreso decretado por Batet.
Un año después el Constitucional confirmaba tanto la doble ilegalidad cometida por el Gobierno como la de la Mesa del Congreso. En el primer estado de alarma Sánchez encerró a 47 millones de españoles impidiendo trabajar a muchos de ellos; en el segundo, evitó el control periódico por parte de la Cámara Baja otorgando competencias a las comunidades autónomas que excedían a las mismas.
La memoria es frágil en política y a ello se ha encomendado Casado esta semana para ocultar el balón de oxígeno que el PP entregó a Sánchez cuando su Gobierno peor lo pasaba: «Advertí a Sánchez en el Congreso que su alarma era un estado de excepción encubierto para evitar el control judicial y parlamentario. El TC vuelve a declararlo inconstitucional. Como dijo Manuel Aragón: la situación de excepción no permite establecer una dictadura constitucional». Si Casado pensaba que aquello era una dictadura, ¿por qué no se opuso votando en contra? ¿Por qué no lo recurrió ante el Tribunal Constitucional? Bueno, si aplicamos su lógica respecto al aborto entonces el PP piensa lo que diga el Tribunal Constitucional. Son principios togados. Y retroactivos. El PP espera a que el TC haga de VAR para evitarle la incomodidad de posicionarse sobre cuestiones que exceden el precio del conejo. Incluso cuando el recurso es propio, como los 11 años que el Constitucional lleva sin pronunciarse sobre la ley Aído del aborto ante el sospechoso silencio del PP. Acaso los libros de historia explicarán esta etapa como los 40 años de vacaciones del PSOE durante el franquismo.
También trata de apuntarse el tanto la portavoz Cuca Gamarra, última en llegar, denunciando que la coalición PSOE y Podemos pisoteó derechos fundamentales: «Otra sentencia del TC que declara que Sánchez se arrogó plenos poderes, endosando las responsabilidades a CCAA y privando del poder de control al Congreso. Los españoles no merecemos un presidente que durante una pandemia pisoteaba nuestros derechos fundamentales».
Claro que en descargo de Gamarra hay que decir que no era la portavoz cuando se desató la epidemia del virus chino. Entonces su puesto lo ocupaba Cayetana Álvarez de Toledo, cuyas interpelaciones a Pablo Iglesias ponían de los nervios a Teodoro García Egea, hasta el punto que éste intoxicaba a los periodistas con informaciones negativas contra su propia compañera. De ello pueden dar buena fe algunos de los profesionales de la información que habitualmente comparten mesa y mantel con el secretario general del PP. Que la portavoz del grupo hiciera más oposición que el líder era intolerable, de modo que, guillotinándola, Casado recuperaba así el verdadero PP, el de las esencias: blando con los de fuera y duro con los de dentro.
Además de los muchos salvavidas que Casado lanzó a Sánchez durante la epidemia, el momento crucial de la legislatura llegó con la moción de censura de VOX. El líder de la oposición agradeció a Abascal los gobiernos de Andalucía, Murcia y Madrid (2) volando cualquier posibilidad de entendimiento: «Decimos no a la polarización que VOX necesita. No a la España a garrotazos de trinchera, ira y miedo«.
Un mes después de este discurso el PP rompió el acuerdo con VOX en Ceuta pactando los presupuestos de 2021 con el PSOE. Vivas no aceptó las exigencias de su hasta entonces socio: acabar con toda subvención a entidades musulmanas, feministas y a la inmigración ilegal. En primavera el distanciamiento fue a más: el presidente Juan Vivas se sumó a un cordón sanitario contra los de Abascal de la mano de socialistas y partidos promarroquíes. Los plenos en la ciudad autónoma se han convertido en un todos contra VOX hasta el punto que en uno de ellos Santiago Abascal fue declarado persona non grata con la abstención del PP.
No parece que este acercamiento entre PP y PSOE sea casualidad. Esta semana Moreno Bonilla se ha expresado con claridad, algo de agradecer, para decir que no hay de qué avergonzarse. «Milito en un partido que ha apoyado presupuestos del PSOE. Lo hemos en Extremadura, en el País Vasco y en el ayuntamiento de Sevilla. Hemos aprobado los presupuestos a gobiernos socialistas. ¿Usted ha visto que se me hayan caído los anillos?«.
También hace unos días el propio Pablo Casado ni siquiera pronunciaba la palabra VOX cuando Carlos Herrera le preguntaba sobre las encuestas que apuntan a que necesitaría pactar o gobernar con el partido de Abascal para llegar a la Moncloa.
-¿Es para usted una situación relajada, tranquila o prefiere descartarla?
Casado, que sí menciona al PSOE, responde:
-En Madrid se ha visto que cuando tienes más escaños que una alternativa de izquierdas y nacionalistas, tú vas a la investidura y que cada uno se retrate, y a eso es a lo que aspiramos […] podremos gobernar con los apoyos externos que cada partido decida darnos, y de esto ya se ha visto mucho: tanto en 2016 cuando se abstuvo el PSOE, como en ayuntamientos como Madrid o en Andalucía, donde otros partidos de derecha decidieron en la investidura darnos la oportunidad de gobernar sin formar parte del gobierno.
Desde luego, una respuesta a la gallega, quizá porque Casado espera ansioso la publicación de “Política para adultos” de Mariano Rajoy.