«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.
CRÓNICAS DEL ATLÁNTICO NORTE

Lo importante y lo crucial

Unsplash

La dicotomía del por las buenas o por las malas aparece una y otra vez en las turbias entretelas de la política. Y a menudo lo plantea alguien que previamente ha decretado gozoso la muerte de toda moral. Supongo que esto sitúa a la izquierda en la parrilla de salida de las conspiraciones y tongos electorales, y cuando menos te lo esperas, elige el por las malas. En el espectro mediático conservador americano, el tema de la semana es el Informe Durham, que, como ha explicado Carlos Esteban en estas páginas, desmiente la «trama rusa» de Trump y deja en pésimo lugar al FBI. «Fue uno de los trucos políticos más sucios de la historia estadounidense. El daño que ha hecho a la confianza estadounidense en el FBI y nuestras agencias de inteligencia es incalculable», sentencia National Review.

«El presidente Barack Obama y su equipo de seguridad nacional fueron informados sobre cómo una fuente extranjera confiable reveló un plan de campaña de Clinton para vilipendiar a Trump vinculándolo con Vladimir Putin para desviar la atención de sus propias preocupaciones relacionadas con su uso de un servidor de correo electrónico privado», escribe Jonathan Turley en New York Post, «en esta conspiración había decenas de participantes clave en la campaña, el Gobierno y los medios de comunicación».

Y mientras la polvareda de Durham se eleva al cielo y dibuja la cara de un payaso en el rostro de la Inteligencia estadounidense, las polémicas menores siguen haciendo su trabajo. Es el caso de la «Cleopatra negra» de Netflix que tanto ha enfadado a los egipcios. Con razón. Lo explicó muy bien Androu Arsanious en The Federalist. «La idea de que los antiguos egipcios eran negros ha sido completamente desacreditada. La evidencia de las momias del antiguo Egipto muestra que son genéticamente similares a los egipcios de hoy en día». El problema no es, en realidad el color de la piel: «La discusión acerca de que la actriz principal de Queen Cleopatra es negra francamente distrae la atención de dos problemas más significativos. Primero: ¿Dónde están los egipcios en el espectáculo?». Y segundo, el empeño por reconvertir la historia en parte de la batallita racial contemporánea olvida que «la raza como tal no afectó a la política egipcia, y ciertamente no en la forma en que lo hace en Estados Unidos hoy».

Mike Cote añade ahora algunos matices tras sumarse a la causa del desbarre el propio The New York Times, a quien acusa de defender «ideas antihistóricas». Y es que, además, «la última reina egipcia no era ajena a la explotación, pero ella era la opresora, no la oprimida». Y, como ocurre con la mayoría de las ideas woke, las tesis de «negrura cultural» del Times «reducen toda una etnia y cultura a la experiencia de la opresión, tanto estrechando la comprensión de la historia negra como apropiándose de la historia de otros».

El asunto de la Cleopatra negra es quizá uno de tantas heridas de la guerra cultural perpetua en que vivimos. Sin embargo, hay heridas más profundas y menos llamativas que no debemos pasar por alto, aunque no sean asuntos exclusivamente culturales. «Las sociedades occidentales deben encontrar la voluntad de regenerarse antes de que el sol se ponga sobre ellas para siempre», así de tajante termina John Dugan en First Things una crónica de lo más importante que se pudo escuchar entre el 15 y el 17 de mayo en la primera visita de la Conferencia Nacional de Conservadurismo a Londres.

Recoge Dugan un párrafo del incendiario discurso de Miriam Cates que, de algún modo, marcó la agenda a toda la conferencia: «Ninguna de nuestras reflexiones filosóficas o propuestas de políticas llegará a ser duradera a menos que abordemos la única amenaza general para el conservadurismo británico y, de hecho, para toda la sociedad occidental. No, no es el cambio climático. No es Rusia, China o Irán. No es la ideología neomarxista la que ha debilitado tanto nuestras instituciones. No es la inflación o los impuestos o la baja productividad. No. Hay un resultado crítico que el individualismo liberal ha fallado por completo en lograr y son los bebés«. Añadió al fin la parlamentaria británica: «Si quieres ser un conservador nacional, necesitas una nación para conservar».

«Algo está seriamente mal», comenta Dugan, «casi todas las teorías y políticas sociales y económicas modernas se han formado en y para las condiciones del crecimiento de la población. Por lo tanto, nos dirigimos a un territorio en gran parte desconocido». Los datos no hablan de disminución de las tasas sino de cataclismo: «sólo el 3 por ciento de la población mundial vive en un país donde la tasa de fertilidad no está disminuyendo».

El debate dejó más preguntas que respuestas, pero al menos, por una vez, alguien en algún lugar de Occidente parece dispuesto a mirar a los ojos a la realidad y asumir que tenemos un grave problema. Un problema tan grave que, si no lo resolvemos, dará igual que resolvamos todos los demás.

TEMAS |
.
Fondo newsletter