«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Las elites imponen la Agenda 2030

Tres cónclaves, tres, para la Iberoamérica traicionada

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez; el Rey Felipe VI y el ministro de Asuntos Exteriores, Cooperación y Unión Europea, José Manuel Albares, durante una sesión plenaria en la XXVIII Cumbre Iberoamericana (David Zorrakino / Europa Press)

Un torrente de cónclaves iberoamericanos se han apelotonado en estos días con un corolario estratégico: coronar la imposición de la Agenda 2030 a como dé lugar, como una muestra cabal de lo divorciada que está la élite gubernamental de la realidad de las almas que gobierna. Por orden de llegada, que además es de menor a mayor, los cónclaves han sido estos: 

Picó en punta el «Grupo Libertad y Democracia» que se reunió el 17 de marzo en Chile para hacer su lanzamiento oficial. La organización agrupa a presidentes y expresidentes: Mario Abdo, Presidente de Paraguay; Guillermo Lasso, Presidente de Ecuador; Felipe Calderón y Vicente Fox, expresidentes de México; Iván Duque y Andrés Pastrana, expresidentes de Colombia; Mauricio Macri, expresidente de Argentina; Sebastián Piñera, expresidente de Chile; Jorge Quiroga, expresidente de Bolivia; y Mariano Rajoy y José María Aznar, expresidentes de España. La agrupación es difícil de describir en términos políticos, pero ideológicamente se trata de la socialdemocracia melancólica, una centroizquierda razonable e ilustrada, marcadamente pro «Estado Presente» que perdió la brújula frente al avance procaz de la izquierda radical en cada uno de sus países. 

El encuentro abogó por los inocuos y remanidos ítems usuales: reflexión, coordinación, institucionalidad, antipopulismo. El grupo aspira, como es de forma, a convocar también al mundo de la Academia, líderes sociales, empresarios y fundaciones a sumarse a la iniciativa. La casi nula trascendencia del cónclave habla a las claras del deterioro de la confianza y la esperanza que estos líderes transmiten frente a la crisis económica e institucional que vive Iberoamérica. Cuesta encontrar menciones del evento en las noticias, su comunicación en redes apenas tiene repercusión y nadie prestó particular atención a lo allí expresado. Es más, muchos de los miembros optaron por no trasladarse físicamente al lugar, dejando la presentación al nivel de una gris reunión vía zoom.

Sólo se percataron del encuentro, para su propio beneficio, los tertulianos de otro encuentro inaugurado tres días después en Argentina, mucho más ostentoso. Se trata del organizado por el Centro Internacional para la Promoción de los Derechos Humanos (CIPDH-Unesco) y la Secretaría de Derechos Humanos argentina llamado «III Foro Mundial de Derechos Humanos». Este foro reunió, del 20 al 24 de marzo, a cientos de entusiastas conferencistas y a líderes mundiales de la más rancia izquierda. Decenas de países participaron de charlas, exposiciones, exhibiciones y talleres vinculados a los 26 ejes que condensan la agenda del Socialismo del Siglo XXI. 

Los bastiones del Foro de Sao Paulo

A todas luces se trató de un evento del chavismo internacional que se reunió para cobijar y respaldar a sus miembros denunciados como Rafael Correa o como la vicepresidente argentina Cristina Kirchner a raíz de la condena que la mandataria tuvo el año pasado en uno de los juicios que enfrenta por corrupción. A diferencia del sempiterno tibio accionar de los miembros del Grupo Libertad y Democracia, los bastiones del Foro de San Pablo han demostrado un notable abroquelamiento alrededor de sus figuras icónicas, actitud que les ha dado buenos resultados, en vista de la forma en la que personajes condenados y cuyo prestigio había quedado por el piso, vuelven a la palestra años después. Una omertá aupada en el silencio y la solidaridad sostenida por los castigados bolsillos de los contribuyentes.

Fue Cristina la oradora estrella, en momentos en los que se debate qué conejo sacará de la galera para intentar retener el poder en la próxima llave electoral. Kirchner dio un encendido y promocionado discurso, en el que aprovechó para insistir con el falaz mantra que sostiene que se encuentra proscrita. Jugando al filo de la ambigüedad dijo: «No me interesa en definitiva si me van a inhabilitar, si me van a meter presa… No me importa. Lo que importa, fundamentalmente, es que volvamos a reconstruir un Estado democrático y constitucional, en el cual las garantías de la Constitución no sean cartón pintado. De esto se trata».

Ocurre que el cuentito de la proscripción es otra gran mentira. Cristina puede presentarse como candidata a presidente, senadora o lo que se le venga en gana mientras su condena no quede firme en otras instancias. Cristina no está proscrita, sino condenada por robar cantidades siderales de dinero al pueblo argentino. Detalles.

Del III Foro Mundial de Derechos Humanos se destacan las vistosas participaciones de Baltasar Garzón, Juan Carlos Monedero o Pepe Mujica. La vicepresidente argentina habló en una mesa apadrinada por el Grupo Puebla intitulada: «Voluntad popular y democracia: Del partido militar al partido judicial, las amenazas a la democracia». Cristina se dedicó a explicar el concepto de «lawfare» (que insiste con tozudez en pronunciar «loufer») que a través de los años ha desarrollado profusamente. Siguiendo este libreto el expresidente colombiano Ernesto Samper comentó que el «lawfare» obedece a una «alianza terrorífica» entre grupos económicos y de comunicación para «trancar el progreso social de estos países». Una reedición del viejo discurso peronista que evita decir que el kirchnerismo tiene las riendas del poder hace décadas.

El discurso de Kirchner, avalado por el resto de los disertantes, sostiene que el lawfare es una nueva versión colonialista que reemplaza al ciclo de las dictaduras militares que se impusieron en la región en el siglo pasado y que tiene el mismo objetivo: «imponer el neoliberalismo». La acompañaron en su victimización Evo Morales, José Luis Rodríguez Zapatero, Rafael Correa, Ernesto Samper y José ‘Pepe‘ Mujica. A cada palabra de Cristina, su amigo Baltasar Garzón asentía y luego fue el mismísimo Garzón el que sostuvo que la condena a Kirchner es un «engendro de 1.600 páginas que no llamaría sentencia». Sostuvo además que «no existe prueba» en el fallo, que a los jueces «le faltó la fuerza de la convicción» y que lo que se persigue es «la proscripción» de Cristina.

En una loca carrera para ver quién era más obsecuente Samper agregó: «No necesitamos leer la sentencia para que tus amigos sepamos que eres inocente», y entonces fue el momento de genuflexión de Evo Morales: «Cuando no nos derrotan política, electoral o culturalmente intentan judicialmente, y es el caso de la hermana Cristina». No quiso quedar atrás Rodríguez Zapatero: «Jamás inicié una acción judicial contra mis adversarios, porque sabía que les iba a ganar en las urnas», agregó. En este sentido, es notable el compromiso con el que la izquierda española se empeña en blanquear a la multiprocesada y ya condenada Cristina Kirchner, cosa que expone los lazos y acuerdos que unen a las agrupaciones chavistas a uno y otro lado del Atlántico. 

Venezuela marca el tiempo

La tercera reunión es la verdadera clave, y tiene como escenario a la República Dominicana anfitriona de la XXVIII Cumbre Iberoamericana, llevada a cabo del 24 al 25 de marzo. Esta Cumbre reúne institucionalmente al primer y segundo cónclave ya mencionados, para juntos instalar la agenda intervencionista que viene proponiendo el control social y el fin de las libertades en todo el mundo.

En efecto, el XXVIII encuentro reúne a los 22 países de la Comunidad Iberoamericana, y se los puede ver mezclados a Gustavo Petro, Luis Lacalle Pou, Gabriel Boric, Alberto Fernández o Miguel Díaz-Canel, entre otros. Notorias son, no obstante, las ausencias de los mandatarios de las dos economías más importantes, ya que Luiz Inácio Lula da Silva ha preferido visitar China y López Obrador ha despreciado el evento como parte de su narrativa electoral. En cambio son del convite el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, el Rey Felipe VI, el primer ministro de Portugal, António Costa y el alto representante de la UE para Asuntos Exteriores, Josep Borrell.

Pero es la participación de Venezuela lo que marca el signo de los tiempos. El progresivo perdón y acercamiento de los países europeos y de EEUU al régimen venezolano ha cambiado las expectativas de Nicolás Maduro que en el pasado era una marca ponzoñosa. Con Joe Biden en la Casa Blanca se han aliviado las tensiones hacia el chavismo, y con la necesidad de occidente de petróleo se reabrieron las puertas de la comunidad internacional a Maduro, así como la posibilidad del levantamiento de sanciones y el regreso de petroleras norteamericanas y españolas para reactivar su destrozada industria petrolífera. 

Las conveniencias geopolíticas pesan mucho más que los engolados discursos sobre la democracia, la institucionalidad, la sostenibilidad y esos etcéteras, y todo es posible luego de la experiencia de la COP27 de noviembre en Egipto, donde Maduro sacó pecho con sus encuentros con el presidente francés, el primer ministro portugués y con John Kerry, emisario de Joe Biden. Es cuestión de sopesar beneficios, ya que también persiste el escándalo de corrupción mayúsculo, incluso para los parámetros chavistas, que forzó en estos días la renuncia del ministro de Petróleo venezolano, Tareck El Aissami, una de las personas más buscadas por la justicia norteamericana por sus vínculos con el régimen iraní, que podría convertirse en moneda de intercambio. El plan de limpieza del régimen marcha sobre ruedas.

Según el Secretario General Iberoamericano Andrés Allamand, la Cumbre Iberoamericana es una instancia propicia para, en la perspectiva de la presidencia de España del Consejo de la Unión Europea, profundizar la convergencia entre ambas regiones, y «mejorar la articulación política, impulsar flujos bidireccionales de inversión, actualizar la cooperación, generar acuerdos a través de la inclusión, plantear respuestas a problemas globales, gestionar un sistema de cooperación útil y eficaz y forjar alianzas que le permiten sumar fuerzas para alcanzar los objetivos que se ha propuesto». Esta enorme capacidad del burócrata para no decir absolutamente nada con todas estas palabras no es ociosa. La Cumbre Iberoamericana representa, ni más ni menos que el bastión regional de la Agenda 2030 y la imposición de los objetivos de desarrollo sostenible (ODS) en el continente.

Existen cuatro documentos que serán los instrumentos a través de los cuales Iberoamérica anclará su destino a la famosa agenda supranacional y a los maniqueos y falsarios criterios de inversión ESG (por sus siglas en inglés «Environmental, Social and corporate Governance») que vienen causando estragos en el mundo financiero y empresarial. Estos documentos serán la «Carta Medioambiental Iberoamericana», la «Carta de Principios y Derechos Digitales Iberoamericana», la «Estrategia para alcanzar la seguridad alimentaria» y el «Comunicado Especial sobre Arquitectura Financiera Internacional», todos estos acuerdos representan mecanismos liberticidas de regulación, control y crédito social enmascarados en grandilocuentes frases vacías.

Iberoamérica ha asumido un sistema corporativo-estatista tallado en piedra destinado a esclavizar a los ciudadanos, que ha quebrado las economías y la confianza en el sistema político electoral. Los tres eventos concatenados en este agitado marzo, sólo pretenden disputar protagonismo en el marco de ese sistema, procurando asegurarse el gerenciamiento de una red de políticas destinadas a terminar con cualquier atisbo de autonomía, libre mercado o creación de riqueza.

No ha habido en estos cónclaves una sóla declaración de autocrítica de las élites respecto de las políticas de restricciones, de la política monetaria que ha generado una inusitada inflación regional, de la pérdida de libertades nunca recuperada, de la ineficacia y el malestar social mundial que emergen de los diagnósticos y acciones de una agenda liberticida y autoritaria. Ninguno de los asistentes está dispuesto a salir de ese sistema que les garantiza su posición de privilegio. 

El chileno Marco Enríquez-Ominami, fundador del Grupo de Puebla, fue uno de los que utilizó el deslucido lanzamiento del Grupo Libertad y Democracia, para victimizarse y plantear el tablero como una escena de Marvel en la que confronten los grupos de héroes y villanos. Y es que ambos grupos se necesitan y retroalimentan: durante sus presidencias, los exmandatarios del Grupo Libertad y Democracia, esos que para Ominami, son la «ultraderecha» alimentaron el mismo sistema de empobrecimiento regional, sin coraje o voluntad para dar la batalla ética e ideológica que salvaguarde a la democracia o a la libertad más allá del nombre marketinero con el que se llenan la boca. 

Sus desgastadas figuras traicionaron a sus votantes aplicando la agenda que en nada se distingue de los 26 ejes pautados por el Grupo de Puebla. A la postre, todos confluyen en la agenda de gobernanza supranacional que amenaza la libertad y el sistema democrático. Desde ya no son iguales, pero son igualmente inútiles para enfrentar la triste realidad del continente. Como si se tratara de una fiesta en los jardines de Versalles durante una cálida tarde de junio de 1789, los invitados cotillean, se enfrentan en tribus, se alternan lealtades, sin entender qué demonios pasa más allá del palacio. Por eso estos cónclaves son ejercicios de autopreservación, inservibles y contraproducentes para enfrentar lo que se viene. Son parte del problema.

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