En general, los crímenes cometidos por los comunistas en Europa Central y Oriental quedaron impunes. Después de la toma del poder entre 1945 y 1948 gracias al Ejército Rojo, los partidos comunistas de Polonia, Checoslovaquia, Hungría y otros países de la región impusieron sobre sus pueblos gobiernos totalitarios sostenidos por la fuerza de las armas, el terror, el adoctrinamiento y la propaganda.
Por supuesto, hubo movimientos de resistencia. Desde los Hermanos del Bosque en los países bálticos hasta las protestas en Alemania Oriental, los pueblos oprimidos trataron de defenderse como pudieron. En Polonia, a los distintos grupos anticomunistas formados por militares leales al gobierno polaco en el exilio se los denominó «los soldados malditos». En esas resistencias anticomunistas de Polonia lucharon héroes como Witold Pilecki (1901-1948).
Descendiente de patriotas polacos deportados a Rusia después del alzamiento de 1863-1864 —a su abuelo lo habían mandado a Siberia— Pilecki nació a orillas del lago Ládoga. Se unió, siendo muy joven, a las autodefensas polacas durante la Gran Guerra y combatió en la Guerra Polaco-soviética (1919-1921) como oficial de caballería. Movilizado en agosto de 1939 ante el temor de una invasión alemana (sí, los polacos sabían que Alemania iba a atacar y confiaban en la ayuda británica y francesa, pero eso lo contaremos otro día); movilizado, digo, con su unidad de caballería, luchó hasta que la URSS invadió Polonia por el este y el frente se desmoronó. En noviembre de 1939, participó en la fundación del Ejército Secreto Polaco, una de las principales organizaciones de resistencia, que después se incorporaría al Ejército del Interior, la gran resistencia nacional polaca. En 1940, como parte de una increíble operación de inteligencia, Pilecki se hizo detener, sufrió torturas e ingresó en Auschwitz para recabar información y organizar la resistencia. Su trabajo fue la base de los informes que el gobierno polaco en el exilio hizo llegar a los demás aliados. Estuvo preso hasta su fuga en 1943: nada menos que 945 días. En 1944 participó en el Alzamiento de Varsovia contra los alemanes mientras los soviéticos miraban los combates al otro lado del Vístula. Al terminar la guerra, en lugar de exiliarse en Occidente, se unió a la resistencia anticomunista. Como oficial de inteligencia, se dedicó a recabar pruebas sobre la represión comunista contra los patriotas polacos, que se oponían al control de Moscú. Lo detuvieron en 1947.
Aquí entra en escena nuestro segundo personaje, mucho menos heroico. En realidad, un tipo gris y, en cierto sentido, menor, pero al mismo tiempo peligrosísimo. Me refiero a Józef Różański (1907-1981). Nacido en Vasovia, se unió al NKVD, la policía política soviética y, después, a la Oficina de Seguridad, órgano encargado del control político y la represión, donde alcanzó el rango de coronel. Durante la guerra había trabajado en el aparato de «seguridad» comunista y, después de la contienda, se especializó en interrogatorios y torturas. Cuando detuvieron a Pilecki en 1947, fue Różański quien se encargó de él. Sus hombres le arrancaron las uñas, le rompieron las piernas, le aplastaron los testículos. El 3 de marzo de 1948, lo sometieron a un juicio farsa en el que lo acusaron, entre otras cosas, de espionaje. No le tomaron declaración ni tuvo abogado defensor. El 13 de mayo de 1948 lo condenaron a muerte y el 25 le pegaron un tiro en la nuca y lo enterraron en un lugar que, hasta hoy, no se ha encontrado.
El caso de Pilecki permaneció sepultado en los archivos comunistas y cayó en el olvido. Sólo después de la caída del comunismo fue rehabilitado. A Józef Różański lo acusaron, después de la muerte de Stalin, de torturas a prisioneros, entre ellos comunistas polacos. Esto fue frecuente después de 1953: los comunistas descubrieron que otros comunistas torturaban y mataban y se escandalizaron mucho, tanto como el comisario Renault de «Casablanca» cuando averiguó que, en el café de Rick, se jugaba. Se desataron purgas, se impusieron condenas de prisión y se pretendió hacer tabla rasa. Aquellos crímenes, sostenían, eran excesos y desviaciones. El comunismo, decían, era otra cosa. Por supuesto, dejaron a Pilecki en el olvido.
Józef Różański, por cierto, pasó algo más de diez años en prisión. En 1964, lo pusieron en libertad. Murió de cáncer en 1981. Hace pocos días, el 21 de agosto, fue el aniversario de su muerte.