Echar a Sánchez no bastaba. Era necesario cambiar sus políticas, desmontar la ingeniería social que desde 2004 viene sufriendo España y reconstruir aquella sociedad que conocimos y nos fue hurtada poco a poco. No era suficiente reemplazar a una élite política por otra. Antes bien, hacía falta un golpe de timón que situase la unidad nacional, la familia y la vida en el centro del debate político. Resultaba esencial recuperar una identidad nacional dinamitada por décadas de políticas progresistas en la educación y la cultura. Había que desenmascarar a quienes se están beneficiando de la precariedad laboral, la incertidumbre y el miedo. Se hacía necesario denunciar quiénes están tomando decisiones cruciales sin legitimidad democrática alguna. No bastaba desalojar a Sánchez del poder si la alternativa iba a ser sólo un reemplazo de unos políticos progresistas de izquierdas por otros que pretenden ser de derechas.
Feijoo prefirió bombardear a Vox que desmantelar años de políticas equivocadas. Optó por el entusiasmo de una victoria que algunos le aseguraban. Exigió a Vox que regalase su apoyo y suplicó a Sánchez un pacto. Le resultó mejor conjurar a una extrema derecha inexistente que alejar del poder a la extrema izquierda efectiva y los nacionalistas reales. Apeló a lo que creía un «voto útil» para sí, pero al final ha servido sólo a Pedro Sánchez y sus aliados; entre ellos, los nacionalistas. Queriendo vencer en solitario, acabó debilitando a su único aliado posible. Invocó a Emiliano García Page como si aún existiesen corrientes en el PSOE y como si el sanchismo no lo hubiese infectado todo. Vagaba por el desierto en pos de un espejismo: el PSOE moderado.
Sigue siendo insuficiente echar a Sánchez. Sin duda, es necesario, pero no basta. Eso es lo que en Génova no han comprendido. El votante de Vox, triste y desencantado como está hoy, abatido y tal vez desanimado, ha sufrido un golpe, pero no una decepción ni una derrota. No es al votante de Vox a quien hay que pedirle cuentas de un voto desperdiciado en provincias como Albacete, Sevilla, Tarragona y Burgos y en comunidades como Madrid y Baleares. Al PP le han sobrado votos que no le han dado un escaño y a Vox le han faltado los que hubiesen dado un vuelco al resultado final. Hoy la formación de gobierno vuelve a estar en manos de los enemigos de España.
Se dice que se habló demasiado de la Agenda 2030, de los Objetivos de Desarrollo Sostenible y del globalismo. Tal vez todo esto se deba a que no se ha hablado lo suficiente y a que, al final, el análisis se sigue moviendo sólo en los ejes de derecha e izquierda como si Feijoo y Sánchez no tuviesen muchas cosas en común. Por si quedaba alguna duda, el líder del PP se ha preocupado de recordarlo siempre que ha podido. No le faltó ni la jactancia de haber votado a Felipe González en el pasado. Se reprocha a Vox haber mantenido posiciones firmes. Quizás sea esa la única seguridad que le quede al votante de Vox: la certeza de que no volverán a hacerse políticas de izquierda con los votos de la derecha. Pregúntense si el votante de Feijoo puede decir lo mismo.
Quien es fiel a sus principios puede sufrir un revés, pero no se traiciona a sí mismo, que es la mayor de las traiciones. Piensen si el giro socialdemócrata hacia el centro centrado que Feijoo postula ha servido para algo. Quizás sin la traición primigenia de convertir al PP en un partido progresista —peor aún, en un partido progresista que suplicaba ser aceptado entre los progresistas— nada de esto hubiese sucedido. En realidad, ya no importa mucho: en circunstancias muy adversas, Vox ha mantenido tres millones de votos. No es lo que sus votantes deseaban, pero tampoco es lo que esperaba Feijoo, que confiaba en convertir a Vox en otro zombi como Ciudadanos o en un recuerdo como UPyD. A pesar de los pesares, ahí sigue.
Bombardeando a Vox, Feijoo reafirmo el marco que Pedro Sánchez quería imponerle. Entró en el juego socialista como siempre y, como siempre, salió perdiendo a pesar de haber ganado. La celebración de verdad no era en Génova, sino en Ferraz. Desde el discurso de Pablo Casado contra Abascal en 2020, el PP va dando golpes al aire como un boxeador sonado. Tratando de rescatar el bipartidismo atenuado por los nacionalismos y aturdido por la aspiración de entenderse con ellos, lleva dos años atizando a Vox como si Abascal fuera socialista y presidente y no el único aliado fiable con quien podría contar para formar gobierno. Quizás haya olvidado que fue el PNV quien sentenció a Rajoy el 31 de mayo de 2018 cuando prefirió afrontar una moción de censura antes que convocar elecciones.
No son días para triunfalismos, pero tampoco para derrotismos. En la vida, como en el boxeo, hay que saber golpear, pero también fajar. Lo importante es mantenerse en pie sin tambalearse.